“Define la muerte”
Una, que soy yo, se pregunta de dónde procede ese alud de violencia.
Algunos amigos míos, como Carlos Saldaña, responderían, sin ni siquiera titubear un segundo, que de la naturaleza misma del hombre. Y seguramente no se
equivocan. El instinto primario del hombre ha de ser por fuerza el de la supervivencia, lo cual implica la fuerza interior para enfrentarse a los obstáculos
que la dificultan e incluso la impiden. Pero seamos justos: las dificultades a las
que el hombre hegeliano actual ha de enfrentarse hoy en día son más de carácter
psicológico que físico, tienen más que ver con la realidad virtual y los hologramas
que con las arenas de gladiadores o los campos de batalla. No me nombren las numerosas
guerras que se libran por el mundo. La guerra representa siempre un estado de
excepción. Me refiero a la vida cotidiana del hombre moderno, ése que viva
donde viva, poco importa el continente o la ciudad, ha de levantarse todos los
días para ir a un trabajo más o menos estable, más o menos interesante, más o
menos rentable, coger un transporte público o privado, revisar cuentas, lidiar
con sus torbellinos emocionales, ahogarlos en alcohol, en sexo, en surfing, en
compras por internet, en mensajes por WhatsApp, en historias de Instagram, en Facebook,
en películas, en meditaciones más o menos esotéricas, para al final caer en la
cama cansado de haber pensado demasiado en sí mismo sin haber tenido apenas
tiempo de mirar su alma.
La violencia verbal, la violencia física, la violencia psicológica se han
hecho fuertes en la vida diaria. Los padres y maestros descubren perplejos su existencia sin
que yo pueda -francamente- explicarme su perplejidad, porque resulta imposible
ser educador y padre y estar desconectado del mundo, del verdadero y real mundo, porque es asombroso que ninguno de ellos esté al corriente de las últimas tendencias, cuando
yo - una pobre bruja solitaria, fuera del mundo – no puedo eludirlas. Tal es el estruendo con el que aporrean a mi puerta.
Las series que se nos ofrece son a cuál más salvaje. El tema poco importa:
superhéroes que en la primera escena rompen cabezas a alguien sin dar tiempo
siquiera a que ese alguien salga del coche, cuerpos mutilados, narcos con ínfulas
de Robin Hood, o de Che Guevara, o de ambos, respuestas con una altivez propia
de príncipes en boca de cazurros, mujeres de la gran sociedad, de esas que
dicen haber leído a Proust y que seguro que lo han leído, pero sin amarlo y por
lo tanto sin llegar a entender la profunda y certera crítica con la que Proust describe
a una sociedad vacía y caduca que exhala sus últimos estertores, que nunca son
los últimos porque, sorprendentemente, esas sociedades podridas y carcomidas en
su propia endogamia alargan su agonía siglo tras siglo sin llegar nunca a
morir aunque de facto tampoco nunca estén vitalmente vivas y por eso se ven obligadas
a recluirse en sus asfixiantes aposentos, cuyas ventanas, ya sea por exceso de
calor, de frio o de viento, tan apenas se abren.
Muchos han leído a Proust sin comprender
la reprobación que hace de la hipocresía que consume y carcome a esos círculos
inactivos anclados en su cerrado círculo y, por cerrados, prisioneros en ellos,
sin entrever siquiera la náusea que más de una vez siente Proust ante sí mismo no sólo por no ser capaz de alejarse de ambientes y personajes cuyos defectos y
carencias tan claramente se muestran ante su alma, sino por precisamente amarlos
a causa de sus imperfecciones, convirtiendo en cierta la afirmación de Oscar Wilde en su Retrato de
Dorian Grey : “las mujeres nos aman por nuestros defectos”.
Esa es la verdadera
relación de Proust con la gran sociedad de su tiempo y sus mujeres. Esa es la causa también de sus crisis de humor. Sin
embargo "Gran sociedad" no es sinónimo de "alta sociedad".
La mayor parte de las mujeres de la gran sociedad a las que Proust dedica su atención y su pluma lo único que tienen de alto es el alto concepto que tienen de sí
mismas y por eso mismo piensan que son “altamente intelectuales”. Muchos de süß lectores han leído
a Proust convencidos de que Proust admira a la Mme. Verdurin sólo porque
reconoce su talento social. Lamentablemente reconocer no es admirar. Mme
Verdurin siempre será una vulgar verdulera con ínfulas de alta dama, y sus
constantes esfuerzos por entrar a formar parte de los círculos aristocráticos
así lo demuestran. Por el contrario, Odette, la eterna condenada al ostracismo,
la desterrada de esos mundos decadentes y sin espíritu, representa la
autenticidad. Una autenticidad salvaje, primitiva, natural, irracional,
corpórea. No es una autenticidad elaborada, en efecto, es una autenticidad sentida
e infantil, justo por sentida e infantil es una autenticidad despreciada. Se
trata de una autenticidad vivida por más que ello signifique la condena social
e incluso la propia caída. Una autenticidad cruel, con la crueldad infantil de la
que Brecht habla en sus primeras obras: “Baal”, por ejemplo. Que Mme. Verdurin
conspire una y otra vez contra su despreciada Odette, no significa más que Mme.
Verdurin es consciente de su propia superficialidad. Mme. Verdurin y Odette no
son, en el fondo, más que la cara de una misma moneda: Mme. Verdurin, la señora
que lucha por ser dama de alta sociedad es una cocotte, y lo sabe; una cocotte
con éxito, nadie lo duda, pero cocotte sin sexo, de las relaciones sociales. Mme
Verdurin es el equivalente femenino del Retrato de Dorian Grey, de Oscar Wilde.
La envidia enfermiza que siente Mme Verdurin hacia Odette, esa cocotte que
tendría que serle indiferente pero que se ha convertido en el objeto de su
odio, así lo atestiguan.
Sí. Proust es pura violencia; a veces incluso darwinismo social. Pero la
magia del lenguaje confiere a esa decadencia mortecina una belleza serena por debilitado
su espíritu. Y es justamente aquí donde el vampiro pasea su No Ser romántico,
libre y soberbio del que no está dispuesto a entrar en la sopa del Nirvana. Ni
por la Luz eterna.
“Define la muerte”, le reta la Bruja.
“Define la muerte”, se repite a sí mismo el vampiro.
Y el vampiro piensa en Proust, en ese Orfeo encargado de escribir la muerte
que no muere, la vida que ya es pasada, ese Orfeo que desciende a los infiernos
del recuerdo en busca del tiempo perdido, de su tiempo perdido que sabe que no
recuperará porque ese mirar atrás es la constatación de que su pérdida es
definitiva. Proust es un Orfeo, no un Dante. Proust no pretende elevarse a las
alturas desde su infierno. Proust-Orfeo va en busca de su tiempo-Eurídice con
la conciencia de que es algo perdido que sólo la memoria puede evocar. Evocar,
pero no regresar a la vida. Evocar con la llamada a los fantasmas del pasado
que hablan y se comportan “como si” el ayer fuera hoy, sin poder evitar sin
embargo que el ayer que se convierte en presente, el ayer que se vive como
presente, sea tan irreal como el presente que se vive como mañana. Igual de tétrico, igual de asfixiante. Pasado y
Futuro aparecen poblados de sombras y luces, de fantasmas y hadas, de demonios
y ángeles. La memoria, la evocación, el deseo, la ensoñación se hace real en el
presente. Es el presente el que vuelve su rostro hacia los infiernos o lo eleva
hacia los cielos. Es el Presente el que ha de levantar muros para no ser
distraído ni por uno ni por el otro, muros con ventanas para que el aire de los
sueños rotos se confunda con el aire de los sueños por hacer. Para que los
miedos y advertencias del pasado se mezclen con la fuerza y la esperanza hacia
el futuro.
Dante piensa en el Futuro.
Proust-Orfeo regresa a su tiempo perdido no
para liberar a Eurídice del Hades sino para fundirse con ella en un abrazo.
Proust-Orfeo sabe que es hijo de su tiempo, cruel y maldito, pero a la vez,
tiempo profundamente amado por él porque allí quedó anclada, oculta, dormida la
esencia de su existencia.
De alguna manera, lo mismo que siente Zweig por “El
tiempo del ayer”. ¡Ah! No es sano mirar hacia atrás. Uno corre el peligro de
quedar encerrado allí para siempre, y las sombras se convierten en reales. Por
eso el vampiro ama a Freud tanto como la Bruja lo odia. El vampiro sabe que
muerte e inconsciente, subconsciente, van unidos. El inconsciente del hombre es
su muerte, igual que tras la belleza de una rosa se oculta la belleza de su
marchitez. Freud intenta llevar la contraria a Dios mismo: En una huida de
Sodoma y Gomorra no miréis nunca hacia atrás, dice Dios. Nunca en la huida, dice Dios. Nunca. Cuando estáis
seguros de que la muerte os persigue, avanzad hacia delante, no os detengáis a
mirar al pasado, de otro modo vuestras almas quedarán hechas estatuas de sal, dice Dios.
Pero Freud se opone a este consejo de salvación que viene dado por el mismo
Dios. Freud es un ilustrado, piensa Freud. La razón podrá con todo. Y mientras
Freud lo piensa, el vampiro ríe. “El sueño de la razón produce monstruos”, le
grita Goya. Pero Freud no escucha a Goya.
Freud prefiere mirar al pasado de
frente, y el pasado en Freud nunca es bello. El pasado en Freud es siempre una Sodoma
y una Gomorra. Y el hombre, un producto de esa Sodoma y de esa Gomorra de la
que se ha librado. Los que miran atrás quedan convertidos en estatuas de
piedra. Los que caminan hacia delante… No hablemos de Lot. El futuro de Lot es
un enigma que uno sólo entiende desde el código de la supervivencia, no desde
el código de la norma moral. El futuro que le espera a Lot es el reconocimiento
de que anterior a las normas morales está la regla de la supervivencia de la
especie. El futuro que le espera a Lot es el de a grandes males, grandes
remedios. La Biblia es mucha Biblia.
“Define la muerte”
se dice el vampiro. “Muerte” piensa “es el Mundo de los Seres Intermedios”. Es
verdad que la Luz le ciega, la Luz le quema, la Luz le resulta insoportable. Es
la vida que le lleva a la muerte que le da la vida.
Si no fuera por el esplendor
cegador del Reino de la Luz, el Príncipe de la Oscuridad nunca hubiera
reclamado su trono.
El vampiro piensa en la hermosura de las hojas muertas que
alfombran los solitarios caminos, en la serena quietud del otoño, en el frio
invierno, en las sombras alargadas y misteriosas del atardecer, en la
transformación que el atardecer produce en una realidad matutina dinámica,
vertiginosa, irreflexiva, incapaz de comunicarse con los sagrados arcanos de la
noche y de la eternidad. El vampiro piensa en la magnificencia de los cementerios,
tumbas iluminadas por la gélida y plateada luz de luna, fantasmas en busca de
músicas vibrantes y de vinos rojos que amenizan las conversaciones entre
miradas profundas y sonrisas de impenetrable significado.
“Define la muerte” se repite el vampiro. La vida
no vivida. La vida no presente. La vida que espera sin ser, habiendo sido lo
que ya no se es. La vida que es esclava, esclava no por sometida, no por
vencida, sino por comprada. La ilustración se hizo romántica, el romanticismo dejó
de ser rebelde, dejó de ser pura naturaleza, para purificarse; el romanticismo
se hizo mística y la mística le convirtió en puritano; el puritanismo se hizo
postmodernidad y la postmodernidad, con todo lo que de estético y de ironía
tiene, pero también con todo lo que de masa, marketing y consumo conlleva, penetró
en el Mundo Intermedio. Inversión de valores nunca hubo, piensa el vampiro. La
vida del mundo del Abismo nunca dominó el mundo. La Inversión de valores consistió
en destruir el Reino de la Luz, que crea mundos de luces y el Reino de las sombras,
que crea mundos turbulentos y reciclar ambos mundos, después de haber sido
fusionados en uno solo, en una fábrica de crear demanda, de pensar demanda. La
inversión de valores únicamente tiene lugar en los slogans. “Wir haben
unsere Mehrheit erreicht, in der Maximen galten wie “Falsch ist richtig“, „Gier
ist gut“ und „Lieber gut aussehen als sich gut fühlen.“ – und in der man beim
abgedroschenen Thema des Gutseins
schon unwillkürlich das Gesicht verzog. Das alles scheint nur der laute
Nachhall dessen zu sein, was der Werbefritze Mayer in de Fünfzigern sagte: „In
einer Welt, in der die private Erfüllung zum höchsten Wert wird, sind alle
Katzen grau.“
Bis
auf die Kunst, und da liegt der Hase im Pfeffer. Ernsthafte, reale, gewissenhafte,
wache und ehrgeizige Kunst ist nicht grau. Sie war nie grau und ist auch heute
nicht grau.“ (1)
El vampiro está de acuerdo con David Foster
Wallace, el arte nunca fue gris. David Foster Wallace debería hablar con Kandinsky.
Kandinsky le diría que lo que proporciona ese color al arte, lo que logra que
el arte no sea un gato gris, como todos los otros gatos grises, es justamente
el Espíritu. El Espíritu, y no la libertad, y en esto Kandinsky está de acuerdo
con Schönberg, “Hier fühlt Schönberg genau, dass die größte Freiheit, welche
die freie und unbedingte Atmungsluft der Kunst ist, nicht absolut sein kann. Jeder Epoche ist ein eigenes Maß dieser Freiheit gemessen.” (2) Y el vampiro sabe que esta aparente
contradicción entre Espíritu y Libertad no es tal. La Bruja lo sabe. El Espíritu
ha de bailar necesariamente con la Energía, que es la que lo mantiene unido a lo
material, a su tiempo. La energía es la única que consigue que el Espíritu no
sea total y absolutamente libre, porque en ese caso el arte sería pura idea y
no pertenecería al mundo de lo humano, del mismo modo que el Espíritu logra que
la Energía se eleve por encima de su propia materialidad. “Aber dieses Maß muß jedenfalls erschöpft
werden und wird jedesmal erschöpft“,(3) explica Kandinsky mientras el vampiro y
la bruja asisten con la cabeza en uno de los pocos momentos en que sus posturas
coinciden. Porque coinciden las posturas, pero no el terreno en el que se mueven.
Las posturas coinciden; la posición, no.
„Sí“, piensa el
vampiro. „Nada que objetar a las palabras de Kandinsky“: “Solche Perioden,
in welchen die Kunst, keinen hochstehenden Vertreter hat, in welchen das
verklärte Brot ausbleibt, sind Perioden
des Niederganges in der geistigen Welt. Unaufhörlich fallen Seelen aus höheren
Abteilungen in tiefere, und das ganze Dreieck scheint unbeweglich zu stehen. Es
scheint sich ab- und rückwärts zu bewegen. Die Menschen legen zu diesen stummen
und blinden Zeiten einen besonderen ausschließlichen Wert auf äußerliche
Erfolge, sie kümmern sich nur um materielle Güter und begrüße einen technischen
Fortschritt, welcher nur dem Leibe dient und dienen kann, als eine große Tat.
Die rein geistigen Kräfte werden im besten Falle unterschätzt, sonst überhaupt
nicht bemerkt. (…) Die geistige Nacht sinkt allmählich tiefer und tiefer. (…)
Die Kunst, die zu solchen Zeiten ein erniedrigtes Leben führt, wird ausschließlich
zu materiellen Zwecken gebraucht. (4)
Nada que objetar
a Kandinsky. El arte para ser arte ha de zafarse de las garras de los
mercantilistas, de esos que convierten el arte en un status quo con una caja
registradora a la entrada y a la salida, esos que roban al arte su espíritu y
de los prestidigitadores que lo convierten en un simple y puro entretenimiento.
“Junge
Literaten mögen Tag für Tag stundenlang am Schreibtisch sitzen; wir sind aber
auch tagtäglich Teil des großen Publikums. Wir sind entsprechend konditioniert.
Wir haben eine intuitive Vorliebe für visuelle Reize, bunte Bewegungen,
hektische Vielfalt und Beats, zu denen man tanzen kann. Vielleicht verändert
sich durch Hyper- oder Atrophie sogar unsere geistigen Fähigkeiten, und die
Aufmerksamkeitsbreite wächst, während die Aufmerksamkeitsspanne schrumpft. (…)
Dasselbe gilt für unser gottgegebenes Recht darauf, unterhalten zu werden -oder
wenn nicht unterhalten, dann doch wenigstens stimuliert; auch Unangenehmes ist
absolut okay, wenn es nur fesselt.“ (5)
„Define la muerte”
se dice el vampiro.
“La muerte es la muerte del Arte” – termina respondiendo.
La
muerte es la muerte de la reflexión por la reflexión misma, de esa reflexión
que no pretende convertirse ni en sistema metafísico ni en meditación filosófica,
la reflexión heroica que se asoma al foso del Reino de la Oscuridad sin caerse
del Reino de la Luz.
La muerte es el abandono del Reino de la Luz sin caer en
el Reino de la Oscuridad pero que en vez de mantenerse sujeto a los pies de los
abismos gracias a la reflexión sincera y auténtica, - esa que no busca ningún
consuelo en el sistema filosófico, ninguna esperanza en la religión, que es heroica
en tanto que es capaz de permanecer en la tragedia sin guarecerse detrás de
ninguna mentira, que aguanta el vértigo del vacío, el peso del infinito -, se lanza a una nube que flota entre los dos mundos,
nube que quiere ser cielo, cielo que quiere ser sol, pero nube al fin y al
cabo, que lejos de enfrentarse a su naturaleza gaseosa, etérea, a su
imposibilidad de ser sol, cielo siquiera, se tumba en el sofá a que lo
entretengan los pájaros que vuelan, la brisa que suspira, el viento que
alborota, el trueno que espanta.
Como dice en la cita 5 David Foster Wallace,
poco importa que el estímulo sea desagradable, ni siquiera importa que no
entretenga, lo importante es que “enganche”.
“Define la muerte”
– repite aterrorizado al descubrir que el laberinto lóbrego y oscuro del Mundo
Intermedio se ha convertido de repente en una gran sala de espectáculos.
“Define la muerte”
– exige la Bruja desde la estrella.
Notas.
(1) David
Foster Wallace. S 186. “Fiktionale Zukünfte und die dezidierte Junge“. 1988. In
„Der Spass and der Sache“. Aus der amerikanische english von Ulrich Blumenbach
und Marcus Ingendaay.2018, Verlag Kiepenheuer & Witsch, Köln)
(2) Post. 291)
Wassily Kandinsky. Über das Geistige in der Kunst. Jedes Kunstwerk ist Kind
seiner Zeit, oft ist es Mutter unserer Gefühle. E-artnow, 2015. ISBN
978-80-268-2810-5 (ebook)
(3) Post. 296)
Wassily Kandinsky. Über das Geistige in der Kunst. Jedes Kunstwerk ist Kind
seiner Zeit, oft ist es Mutter unserer Gefühle. E-artnow, 2015. ISBN
978-80-268-2810-5 (ebook)
(4) (post 118)
Wassily Kandinsky. Über das Geistige in der Kunst. Jedes Kunstwerk ist Kind
seiner Zeit, oft ist es Mutter unserer Gefühle. E-artnow, 2015. ISBN
978-80-268-2810-5 (ebook)
(5) David
Foster Wallace. S 168. “Fiktionale Zukünfte und die dezidierte Junge“. 1988. In
„Der Spass and der Sache“. Aus der amerikanische english von Ulrich Blumenbach
und Marcus Ingendaay.2018, Verlag Kiepenheuer & Witsch, Köln)
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