Wittgenstein

Los hombres buscan desesperadamente el Primer Axioma sólo para a continuación intentar obsesivamente derrocarlo. Los hombres financian cientos de experimentos y proyectos destinados a convertir la vida en imperecedera y la muerte únicamente en una situación transitoria y reversible, - hasta que la ciencia, explican, encuentre el remedio a la enfermedad que lo quería matar, porque está claro que la ciencia, aseguran, tarde o temprano encontrará la terapia adecuada; lamentablemente después no saben cómo financiar una vida tan larga sin una cuota de natalidad que sustente tanta longevidad. Los bebés hoy además de ser carne de bomba, como solía decirse, son también un pan bajo el brazo, con la diferencia de que antiguamente la harina la aportaban las viejas generaciones y hoy las viejas generaciones sumidas en la era consumista consumen la harina y se la exigen a sus bebés en pago a las noches que pasaron en vela y a las veces que los amamantaron con biberón, amén de vestirlos, llevarlos al colegio, y comprarles videos y juegos de ordenador para que los dejaran en paz y no molestaran al vecino, que es un incordio cada vez que sube a quejarse.  En fin, los hombres se adhieren a miles de programas dietéticos, sociales, deportivos y similares con el fin de vivir perpetua y saludablemente  para acto seguido lamentarse de lo duro de la existencia, de “la insoportable levedad del ser”, del sinsentido, de la insustancialidad del mundo y en virtud de todo eso consumir largas y tendidas horas en la soledad de su habitación solo o acompañado de la televisión, el smartphone, la videoconsola, la música y una copa de buen vino o de whisky, a fin de dotar de glamour piensa él, a tanta soledad sola o acompañada. Los hombres desafian a la muerte al tiempo que construyen cada vez armas más mortíferas.

Los hombres financian su sueño de eternidad sin tener nada con qué pagar su existencia presente.

¿Quién los entiende?

A todo esto algunos les llaman desgarramiento, otros esquizofrenia, otros dialéctica; algunos lo consideran posibilidades abiertas bien sean a las ganacias, bien al conocimiento, e incluso al experimento psico-social-científico- político.

Los que buscan la eternidad se llaman románticos.

Los que se conforman con ordenar su existencia a su propia medida, racionalistas empiristas.

Los primeros están abocados a la desesperación y sienten una especial predilección por el drama hasta que llega un momento en que éste les aburre, por anodino y buscan la tragedia.

Los segundos corren el peligro de caer en posturas tan peligrosas como el escepticismo y la ironía, peligrosas porque un simple resbalón y terminan metidos hasta el cuello en la acequia del cinismo.

En cualquier caso no puede negarse que ambos extremos conforman un dúo realmente interesante. Romántico es Carlos, mi amigo Carlos Saldaña, médico y misántropo al mismo tiempo, conocido misógino al tiempo que adorador de nuestra amiga Carlota, adorador –dicen algunos- justo porque nunca podrá alcanzarla. Pero ¿quién puede llegar a mi amiga Carlota? ¿Quién puede llegar al centro del Espíritu? Hasta el inteligente Kant dió por imposible llegar a “la cosa en sí”. Igual que llegar a Carlota. Carlota es el Espíritu. La buena noticia es que el Espíritu parece estar despertando. El empírico-racionalista tranquilo Jorge está muy contento y contento se dedica a sus importantes asuntos. El romántico Carlos teme que se trate de un despertar momentáneo y con ese espíritu trágico que le caracteriza arremete feroz contra las enfermedades de sus pacientes. La Bruja Ciega confía en la Estrella y porque confía espera. La Energía Errante revolotea de un lado a otro y no pasa un día sin que se acerque a besar al Espíritu despierto. Todos ellos empujan a Verónica para que salga al mundo a hacer su vida, a formar parte de la construcción del edificio de la Humanidad. “Porque es tu derecho y tu obligación”, le han dicho. Y Verónica duda al tiempo que siente la impaciencia de la juventud por atraversar el portal. Se creerá sola y es cierto que luchar, lo que es luchar, luchará sola pero no estará sola. Lo sabemos todos. Por eso la empujamos con tanta fuerza hacia afuera. No. No estará sola. Se creerá sola. Luchará sola. Pero no estará sola. No lo estará. Nuestra alma con ella. Nuestro amor con ella. Nuestra Fuerza con ella. Ella, la hija de Carlota. Ella. La simbiosis perfecta del romanticismo de su madre y del empirismo racionalista de su padre, protegida y cuidada por todos nosotros porque de ella depende el vértice del triángulo. De ella el equilibrio entre física cuántica y física mecánica. De ella.

La Energía Errante se da una vuelta por el mundo.

Romanticismo y Empirismo-Racionalista, ¡qué bella combinación!, piensa antes de dar una pirueta en el aire.

Wittgenstein y Russell.

Ese fue el tema de discusión con Carlos Saldaña la última vez que se vieron. Wittgenstein. Carlos pretendía presentarlo como un filósofo racionalista víctima de su homosexualidad, de su no aceptada homosexualidad. Y la Energía Errante al escucharlo rió y su risa se elevó hasta las nubes y las agitó hasta que éstas volvieron a arrojar un nuevo cubo de lluvia sobre su jardín.

"Wittgenstein", afirma contundentemente la Energía Errante, "se suicidó con independencia de que fuera o no homosexual. “Ese no es el punto”, y lanza una carcajada al viento pensando en el tranquilo Jorge tan tranquilamente preocupado siempre por el “punto”. “En el mundo de Wittgenstein, en “ese” mundo de nobles extravagantes, de amor a los clásicos greco-latinos, de música y poesía, la homosexualidad no era un escándalo. Formaba parte de la sensibilidad del mundo distinto e inaccesible en el que se desarrollaban las vidas de sus participantes.

Wittgenstein, querido Carlos, fue un romántico. Quizás el último romántico. Vivió y murió víctima del romanticismo y de sus demonios. El romanticismo, que no tiene tanto que ver con la bondad y generosidad del alma de un individuo para sus congéneres, sino con los demonios de los avernos; el romanticismo que, a pesar de lo que muchos se empeñan en afirmar, no guarda ninguna similitud con la sensibilidad y mucho menos aún con la empatía, sino que está más bien emparentado con las incontroladas e incontrolables pasiones, siempre subjetivas, siempre en constante transformación."

Y Carlos romántico y apasionado como es, por más que luche por no serlo, se enfunda en su traje de científico y pide, más bien exige, a la Energía Errante pruebas de lo que la Energía Errante está diciendo.

“Lee a Russell”, le indica la Energía Errante. “Lee lo que sobre él cuenta. Wittgenstein le llamaba a horas intempestivas para comunicarle que se iba a suicidar. La muerte siempre estuvo presente en Wittgenstein. La muerte lo rondó incluso en sus momentos más felices. ¿Deseas más pruebas? Wittgenstein deja su puesto, abandona todo para convertirse en maestro de escuela y en jardinero en pequeños y perdidos pueblos. ¿Quieres decirme que tenía eso que ver con su homosexualidad? Nada. Absolutamente nada. Lo esencial, lo verdaderamente trascendental en su decisión, fue que con ella salía del mundo racionalista-empírico al que –de eso estoy segura- tanto había deseado pertenecer, lo había deseado al modo romántico, o sea, apasionadamente, y por eso había luchado con la obstinación y hasta con la desesperación con la que luchó para lograrlo, hasta llegar a afirmar tajantemente ¡que de lo que no se puede hablar mejor es no hablar!, frase inspiradora donde las haya, y no obstante abandona todo lo logrado, todo lo conseguido ¿y para qué? ¡Para estar en contacto con la Naturaleza, con la impoluta Naturaleza, tan idealizada por el movimiento romántico!. La Naturaleza se le presenta al romántico Wittgenstein como el lugar de recogimiento para su alma apasionada. Puedes imaginarte el profundo desengaño que el romántico Wittgenstein debió sufrir cuando se encontró no con la - por el movimiento romántico-  sublimada Naturaleza, sino con la auténtica Naturaleza de carne y hueso, esa Saturno que devora a sus propios hijos –especialmente a los más cabales, a los más inteligentes, a los más nobles, porque la auténtica Naturaleza, la de carne y hueso, no admite más inteligencia que la astucia ni más nobleza que la que la destinada a lograr la propia supervivencia.

Era lógico que el romántico Wittgenstein, digno heredero de sus ancestros, hijo de la siempre industrializada Europa Central - que amaba el bosque porque el bosque era su amigo y su confidente durante aquellos diarios paseos que la Alemania-Austria industrializada dedicaba a reflexionar en soledad y en paz acerca de los problemas mecánicos o de las disquisiciones filosófico-sociales -, sufriera un colapso espiritual al descubrir el verdadero rostro de la diosa Naturaleza. Lejos de ser una diosa, la Naturaleza era un monstruo. Lejos de ser el mundo espiritual la Naturaleza era el mundo material al que tanto despreciaban los bebés del socialismo científico, - tanto que él, el Wittgenstein romántico-socialista-científico renunció, para gran disgusto de su amigo Russell, a toda su herencia. Russell era también socialista científico, pero sobre todo era empírico-racionalista. Lo era por el mismo motivo por el que Wittgenstein era romántico: por tradición. No podía ser de otro modo. En lo que a la Naturaleza respecta, Russell conocía y bien que conocía su auténtica esencia. De ahí seguramente que cada vez que Wittgenstein le escribía desesperado por haber caido según él en el pueblo que albergaba la peor gente y la peor escoria humana que uno pudiera imaginarse, Russell le contradijera y le explicara que aquella gente no era mala sino simplemente normal. Y por eso mismo también cuando Wittgenstein siempre desesperado, románticamente desesperado, se trasladó de pueblo y volvió a escribir a Russell afirmando que Russell tenía razón y que los habitantes del nuevo pueblo eran aún peor que los del anterior, a Russell sólo le cupiera reirse de la ingenuidad de su amigo. Ingenuidad romántica, debería haber precisado Russell, para que a nadie le cupiese la menor duda del tormento que acuciaba a Wittgenstein y que terminaría acabando con él.

Sí. El romanticismo acabó con Wittgenstein. El romanticismo que no tiene nada que ver ni con el amor, ni con el altruismo, ni con la empatía, ni con la sensiblidad. El romanticismo que tiene su origen en la cueva dionisiaca enclavada en los avernos. La pasión es importante para empezar las grandes tareas, es importante para no venirse abajo en los momentos en las que la razón teme sus propios límites, es esencial para que el mundo no se transforme en un mundo apolíneo y frígido. Pero como todas las sustancias estimulantes ha de ser consumida con sumo cuidado.”

La Energía Errante besa la mejilla del silencioso y romántico Carlos.

Carlos-Wittgenstein se aleja sin despedirse para ir a llamar a su tranquilo amigo Jorge-Russell...

La Energía Errante.

Y el tiempo eterno en su eternidad.




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