El más importante enigma de la esfinge

Que Macron haya ganado en las elecciones francesas no debería significar una sorpresa para nadie. Era lo normal. Incluso el primero compañero y luego rival supo comprender el asunto en su justa medida y terminó ofreciéndole su apoyo. No fue el único. Pero el resto de Europa, ya fuera porque sufre de incapacidad para analizar correctamente la situación, ya fuera para llamar a la vigilancia democrática, ya fuera por morbo, que de todo ha habido, se planteaba una y otra vez la posibilidad real de una victoria de Le Pen.

No. Le Pen todavía no ha vencido. Sí, escribo “todavía”. Los enemigos de Macron son numerosos y aprovecharán cada una de sus debilidades para intentar derrotarle. No se trata únicamente de los partidarios de Le Pen; están también los militantes de la extrema izquierda sin olvidar, además, aquellos conservadores y sociodemócratas que observan horrorizados cómo un recién llegado gigante llamado Macron apoya cada una de sus piernas en una amplia parte de su respectivo territorio poco importa que ese territorio esté anegado por tierras pantanosas e infructuosas y que el gigante esté allí para – ayudado por tu tamaño- intentar recomponerlo por más que ese “recomponer” no sea sinónimo de “volver a su estado natural” porque lo cierto es que ningún cambio –ni siquiera el más tradicionalista- puede  retornar hacia “su estado natural”. Ello supondría la obligación de un retroceso ad infinitum en el tiempo; en efecto, siempre hay un “estado natural” que precede al “estado natural” que muchos pretenden.

Sí. Macrón ha ganado pero sus enemigos acechan desde una distancia no tan lejanas al tiempo que maquinan estrategias varias.

Esto que puede parecer comportamiento normal de la vida política lo es, ciertamente, cuando hay una rotación en el poder dentro de una arena común; esto es: dentro de unas estructuras compartidas y aceptadas por todos y cada uno de los rivales. En ese caso el poder se convierte en un juego en el que las reglas son conocidas por cada uno de los participantes y simplemente se hace necesaria una “buena atmósfera”, unas cuantas pizzas, y un par de refrescos para pasar el rato.

A la larga esta situación “idílica” se convierte en “aburrida”. Unos empiezan a pedir cervezas, otros a comer sin pausa, otros a hacer trampa, otros amenazan con abandonar y hay algunos que intentan “in extremis” acabar el juego.

Esto, justamente es lo que ha sucedido con el “juego democrático bipartidista”. No por bipartidista, tampoco por democrático, que es lo que quizás hubiera dicho Carl Schmitt; es sencillamente por “juego”. Cualquier juego que dura demasiado termina aburriendo.

Si al aburrimiento se le suma la crisis, la inseguridad, el nacionalismo versus las migraciones, la paz contra la guerra etc, ello introduce a los jugadores de tablero o en la obligación de dialogar y establecer nuevas reglas cada vez más complicadas de modo que el interés persista (es algo que todos conocemos) o en el riesgo de que alguien termine lanzando el tablero y las fichas por los aires y salga de la estancia dando un portazo mientras los otros se ven obligados a gatear por el suelo en busca de las piezas perdidas (esto es algo que también todos conocemos)

Para los jugadores digitales la solución es más sencilla: se pasa a un nuevo nivel y asunto arreglado.
Unos creen que Macron juega en un tablero y están deseando “pillarle” haciendo trampas, o sacarle de sus casillas o, simplemente, vencerle en la próxima ronda.

Otros creen que Macron significa un nuevo nivel en el juego cada vez más digitalizado de la política y pretenden inmovilizarlo desde el ámbito cibernético de la realidad virtual.

Lo más probable es que sea atacado desde el punto de vista emocional tradicional como desde el punto de vista racional-virtual.

Sea como sea, el gran reto de Macron, al que yo en uno de mis blogs denominé “Napoleón” por el papel que ha de cumplir en estos momentos en toda Europa en estos momentos, aquéllo a lo que realmente ha de prestar atención es a evitar que Francia se convierta en una nueva República de Weimar.

Es justamente por eso por lo que resulta imprescindible leer a lo que algunos denominan “dämonen” y yo llamo “esfinges” de aquella época, como Carl Schmitt: porque continúan vigentes los mismos peligros, los mismos obstáculos, los mismos desafíos.

La enseñanza de todos ellos en los tiempos duros, el derrotismo sólo conduce a la muerte. Únicamente la Fe, la Fuerza (el espíritu por la energía), la Fe viva en un espíritu vivo y despierto y en una energía libre y canalizada (como la energía que sustenta la corriente del río que va por su cauce porque es esa su voluntad porque cuando son otros sus deseos no hay dique ni canal capaz de contener.

La República de Weimar es el enigma que Macron debe urgentemente resolver para evitar no sólo que Francia sino Europa entera caiga víctima de las garras de un nuevo totalitarismo más brutal por más civilizado y más civilizado por más tecnológico que hambriento aguarda a la menor oportunidad para lanzarse sobre su presa.


La Energía Errante.

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