Una avalancha de reflexiones
La energía errante deambula por aquí y por allá sin rumbo ni ritmo fijo y
es así, de esta manera tan improvisada y casual, como se encontró hace un par
de días con el libertarianismo. Un movimiento político que integra corrientes
aparentemente tan antagónicas como las de la derecha y la izquierda, las ateistas
y las cristianas humanistas. La energía errante se alegra de encontrar a
alguien tan poco convencional como ella misma y lo saluda con énfasis. No tarda
sin embargo en averiguar que la amalgama de influencias, tendencias e
ideologías que integran el libertarianismo están ordenadamente canalizadas. El
caos es únicamente aparente. Hay dos axiomas que limitan y dirigen todo el
enorme caudal del pensamiento libertariano. Uno de los límites canalizadores bajo el cual se reúnen todos
los diferentes discursos libertarianos es el de la consideración que el aparato
estatal no debería en absoluto existir (anarquía) o en cualquier caso si existe
ha de tratarse de un mínimo Estado guardián. De hecho, “el Estado
Nozickiano sólo tiene dos funciones: justicia (tribunales) y seguridad (policía
y ejército). Todo el resto de los servicios (educación, salud, etc) quedarán a
criterio de los individuos en el marco comunitario voluntario o municipal. La
teoría del Estado mínimo sigue siendo anarquista y anti-contractualista. (...)
Las críticas al Estado mínimo (sólo proveedor de justicia y seguridad) que
recibió Nozick, no vieron con claridad que la salud o la educación en el marco
comunitario pueden ser públicas si así lo deciden sus miembros.” Luis Diego
Fernández en Robert Nozick “Anarquía,
Estado y Utopía”. Prologado por Luis Diego Fernández. 74, Basic Books, Incs,
Nueva York. 2014 INNISFREE.
El segundo axioma canalizador es el de la consideración de que el individuo
es un fin en sí mismo. En este sentido se apoya en la filosofía de la
Ilustración; especialmente en Kant. “La defensa de la libertad individual a
ultranza no implica el desprecio del otro, sino, por el contrario, el respeto
como un fin en sí mismo”. Robert Nozick “Anarquía, Estado y Utopía”. Prologado por Luis Diego Fernández. 74, Basic Books, Incs, Nueva York. 2014 INNISFREE.
Y Nozick, en el primer capítulo de su libro escribe: “La filosofía moral
establece el trasfondo y los límites de la filosofía política. Lo que las
personas pueden y no pueden hacerse unas a otras limita lo que pueden hacer
mediante el aparato del Estado o lo que pueden hacer para establecer dicho
aparato. Las prohibiciones morales que es permisible imponer son la fuente de
toda legitimidad que el poder coactivo fundamental del Estado tenga. (El poder
coercitivo fundamental es un poder que no reposa en ningún consentimiento de
las personas a quienes se aplica.) Esto proporciona una arena primaria de la
actividad estatal, posiblemente la única arena legítima. Más aún en la medida
en que la filosofía moral no es clara y origina desacuerdos en los juicios
morales de las personas, también plantea problemas que, podría pensarse,
deberían tratar de resolverse propiamente en el terreno político.” Robert
Nozick “Anarquía, Estado y Utopía”. Prologado por Luis Diego Fernández. 74,
Basic Books, Incs, Nueva York. 2014 INNISFREE.
La energía errante que soy yo se queda un momento callada, quieta, como si
tal vez hubiera encontrado la cumbre de la pirámide que tanto la atrae. Pero es
sólo un momento; luego, nuevamente, vuelve a su estado primario: el de no
quedarse nunca fija en ningún sitio.
Las ideas libertarianas suenan bien: a música celestial. Quizás aquí
radique el primer problema. Luis Diego Fernández en el prólogo afirma que
Nozick omite a Hobbes, lo que tal vez signifique el segundo problema. El
tercero, sin duda alguna, que decida apoyarse en Kant. Y el cuarto su empeño en
que el Estado mínimo tenga únicamente dos funciones: justicia y seguridad.
En este punto la energía errante que soy yo ha de dar unas cuantas piruetas
en el aire antes de seguir con el tema que le ocupa. Por algo es energía
errante.
He de confesar que en mi infancia fui una gran devoradora de libros,
especialmente de los de aventuras y más concretamente de los de Julio Verne. Enid
Blyton estaba muy de moda en aquella época pero he de decir que de sus libros
únicamente me interesaba el hecho de que los protagonistas fueran un grupo de
amigos –lo que para una solitaria- es siempre únicamente un sueño; un sueño que
de alguna manera se cumplía acompañándolos en sus andanzas y convirtiéndose de
esta manera en un participante más de los acontecimientos. Mi primer amigo
había sido Tom Sawyer a los ocho años; Guillermo a eso de los nueve, e Ivanhoe
a los diez; después aparecieron las gemelas de no sé qué colegio, Puck, y
finalmente los cinco. Libros todos ellos de una estructura muy simple que una
energía errante tragaba más que leia porque, francamente, leer –lo que se dice
leer- no había mucho. Nada comparable al tomo de cuentos de los Hermanos Grimm,
de impresionantes dimensiones, que había recibido como regalo de Navidad a los
diez años y cuya lectura me había proporcionado una emoción tan intensa que
nadie salvo Proust sería capaz de comprender. Y por supuesto nada parecido
tampoco a las aventuras en las que me precipitaban las obras de Julio Verne. De
entre ellas, “Los hijos del capitán Grant”, “Dos años de Vacaciones” y “Los
náufragos del Jonathan” fueron mis favoritas. Para una energía errante
solitaria la amistad –aunque sea en sueños- es importante, pero el
descubrimiento de mundos desconocidos es –no cabe duda- más que fuente de
inspiración, alimento espiritual.
Pues bien, lo que me mostraron los náufragos del Jonathan es que un mínimo
Estado es prácticamente imposible incluso si se trata de una comunidad pequeña –
no digamos ya si lo que pretendemos es una carencia absoluta de Estado.
En primer lugar porque los víveres son escasos y hay que distribuirlos
entre las personas necesitadas. En segundo lugar porque el número de personas
necesitadas suele ser mayor que el de los víveres, con lo cual hay que decidir
prioridades. En tercer lugar porque errare humanum est y distinguir entre
prioridades reales y prioridades emocionales no es siempre fácil. En cuarto
lugar porque siempre, incluso en una mesa redonda, ha de existir un principal.
En quinto lugar porque por muy democrática que sea la elección del principal y
por muy cabal y sensato que éste sea, siempre habrá algunos que estén en
abierto desacuerdo con él y otros que estén en situación de ser sugestionados
por aquél que se muestra en desacuerdo.
En resumidas cuentas: los náufragos del Jonathan me mostraron la imposibilidad
de una sociedad anárquica, tanto como la imposibilidad de un Estado mínimo: a
medida que la sociedad crece, el número de problemas a los que hay que hacer
frente también aumentan y mayor han de ser por tanto las regulaciones.
No crean. Incluso a mi corta edad, la lectura de "Los náufragos del Jonathan" dejó una fuerte impronta en
mi alma. Pueden imaginarse lo que significa para una energía errante –individualista
de pro- enfrentarse a la constatación evidente de que una sociedad sin
reglamentaciones, sin normas y sin un aparato coercitivo es impensable incluso
desde su propio inicio.
Por otra parte, las lecturas posteriores acerca de las funestas consecuencias
de los fascismos, totalitarismos y dictaduras varias, especialmente “1984”, de
George Orwell y “Un mundo feliz”, de Huxley, me informaron que en tales
regímenes o uno se esfuerza por ser un tornillo útil al sistema y deja de preguntarse
por su sentido como tornillo y desestima su deseo e incluso necesidad de probar
nuevas funciones, nuevas formas, nuevos diseños o su vida como tornillo –con o
sin sentido- ha llegado a su fin. Pueden imaginarse que para una energía
errante como yo tales sistemas no son precisamente los más idóneos.
Lo crean o no, la energía errante encontró su propia salida y esta fue
justamente la Ilustración.
Sí. Es cierto. Decir Ilustración es decir mucho. La ilustración francesa es
esencialmente política; la alemana más bien moral. En cuanto a la inglesa
centra sus esfuerzos en exigir una educación flexible. De alguna manera, sin
embargo, la palabra que mejor define a la Ilustración es posiblemente el
término “libertad” seguida del de “igualdad” y respaldada por la de “Fraternidad”,
que yo más bien sustituiría por la de “humanidad” porque en el fondo eso es con
los que los ilustrados soñaban: con un mundo de hombres libres e iguales unidos
por su condición de hombres.
Y he aquí la cuestión: ¿qué significaba ser hombre? ¿qué es lo que
convertía a un ser en individuo?
Las respuestas fueron múltiples pero quizás la más importante fue la del
deseo de conocimiento, la del deseo de progresar, donde “progresar” significaba
“mejorar-se”. Y es aquí donde Kant lanza sus dos más importantes premisas “Sapere
Aude” y “el individuo como fin y no como medio”.
Y bien. Aquí estamos: los primeros capítulos de Nozick y yo. El
libertarianismo y yo, la energía errante en busca de una posada en la que
pernoctar cuantas más noches mejor.
Ya lo he dicho antes: las ideas libertarianas suenan a música celestial. Y
en ello justamente descansa el primer problema. La antropología libertariana da
por sentado que la naturaleza humana es buena y justa y capaz de aprender,
comprender y practicar las virtudes más excelsas. Debido a esa concepción
antropológica los hombres no necesitan ser organizados puesto que ellos
disponen de la posibilidad de organizarse y tratarse como fin y no como medio.
Loable antropología si no fuera que justo porque los hombres no son ni ángeles ni
demoniosm están sometidos a las fuerzas de sus pasiones sin estar atados por
completo a ellas. No digo que ésta sea una situación idílica. Para unos se trata de
una tragedia y para otros de un juego; para unos es el status quo y para otros
un reto. En cualquier caso si el hombre dedica un tercio de su vida a dormir y
otro tercio de su vida a buscarse alimento, el tercer tercio lo emplea en
luchar contra sus pasiones más bajas al tiempo que procura que sus instintos
más elevados no le arrebaten su instinto de supervivencia. Que Nozick omita a
Hobbes no deja de constituir un grave error; el mismo que supone el no enfrentarse a
Maquiavelo. Ambos autores –con independencia de todos sus errores – dibujan un panorama
bastante exacto de la auténtica naturaleza del ser humano. Si no le despojan de
su grandeza, puesto que le creen capaz de constituir y desarrollar sociedades,
tampoco le niegan las miserias a las que ha de hacer frente: la envidia, la
ambición, la falacia, las argucias para establecer alianzas con el fin de
hundir a la fracción contraria... No me cabe duda, como se dice en el libro de
Nozick, que un grupo de hombres decida organizar la educación de forma pública
y gratuita pero ¿podrán ponerse también de acuerdo con el contenido del plan
lectivo, de las asignaturas a impartir y de los métodos didácticos? Si incluso
en los partidos políticos de las sociedades democráticas, que al fin y al cabo
son asociaciones libres y voluntarias de ciudadanos, estamos habituados a
asistir a las terribles guerras internas que en ellos se libran, si las juntas
de propietarios de los edificios transcurren en más de un caso y en más de dos
en medio de amenazas, silencios hirientes, insultos a pecho descubierto, etc...
y sólo hay que dirimir cuatro o cinco puntos, imagínense ustedes en cuestiones
cada vez complicadas.
Sí. No cabe duda. La constitución moral del hombre implica un innegable
obstáculo a la hora de establecer cualquier tipo de política. De ahí que las Utopías
o políticas que rayan la utopía no puedan trasladarse con éxito a ninguna
sociedad, con independencia de los medios económicos y tecnológicos que se
introduzcan para lograrlo. No sólo yo: hasta el propio Nozick reconoce las
confusiones que la filosofía moral puede introducir.
Los libertarianos sin embargo deciden apoyarse en Kant y creen que al
hacerlo han acabado de golpe y plumazo con un buen número de todos estos
obstáculos. “El hombre ha de ser un fin y ha de tratar a los otros hombres como fines
y no como medios”. Bien, pero el problema es que el hombre raramente es un fin “en
sí mismo”, ni siquiera “para sí mismo”. Eso es más o menos lo que viene a
denunciar Nietzsche cuando se lamenta del hombre que no se toma en serio a sí
mismo. Si no es un fin para él, imagínense para los demás. Incluso el inteligente
Kant ha de recurrir a “la buena voluntad” como última medida y sabiendo
posiblemente de antemano lo que el tranquilo Jorge repite una y otra vez: “la
buena voluntad no siempre sirve”.
Es aquí, entonces, cuando una gran parte de los libertarianos abandonan la
Anarquía total y absoluta y se deciden a
establecer el Estado mínimo, al cual únicamente le compete desempeñar dos
funciones: la de justicia y la de seguridad.
Y es justamente aquí donde empiezan a plantearse los principales problemas.
En primer lugar. Justicia ¿qué justicia?
Aquí sucede lo mismo que cuando se intenta sustituir el primado de la
religión por el de la ética para lograr que las guerras de religión
desaparezcan.
Cuando un Estado mínimo se decide a introducir la Justicia como salvaguarda
y garante de los derechos, unida a la función de seguridad, es cuestión de
tiempo que esa justicia deje de ser únicamente positiva y posibilitadora del
ejercicio de derechos y haya de recurrir a la coerción.
En primer lugar, la Justicia descansa en un esquema de valores que es el
que en última instancia determina qué acciones están permitidas y cuáles, no. En
segundo lugar, la Justicia que rige en una sociedad no es nunca una Justicia
divina, situada más allá del Bien y del Mal, sino que se trata de una Justicia
humana y bien humana e imbuida por tanto de las contradicciones y de los fallos
que caracterizan al individuo; además, y justamente por humana, es
susceptible de caer bajo las influencias y las garras de determinados grupos
corporativistas que han alcanzado, por unos medios u otros, una enorme fuerza e
influencia. En tercer lugar, es una contradicción sostener que cualquier persona
ha de ser considerada como fin en sí misma al tiempo que se afirma que la justicia no ha de amparar coactivamente su derecho a ser ayudada por esa sociedad. “Dos implicaciones notables
son que el Estado no puede usar su aparato coactivo con el propósito de hacer
que algunos ciudadanos ayuden a otros o para prohibirle a la gente actividades
para su propio bien o protección.” Robert Nozick “Anarquía, Estado y Utopía”.
Prologado por Luis Diego Fernández. 74, Basic Books, Incs, Nueva York. 2014 INNISFREE.
Como ustedes mismos pueden observar, esta última apreciación de Nozick deja
tantos cabos sueltos que sacar algo en claro de ella resulta prácticamente
imposible; entre otras cosas porque la imposibilidad de prohibir a la gente
actividades para su propio bien o protección determina no sólo la libre
circulación de armas (que es en lo que la mayoría suele concentrarse) sino a
contrario sensu en la posibilidad de prohibir a la gente actividades que no
ayuden a su propio bien.
Pueden ustedes imaginarse el peligro que existe cuando una Justicia está
dirigida por un determinado grupo de Poder, al tiempo que el Estado mínimo
puede prohibir a contrario sensu lo que considere nocivo para los ciudadanos puesto que no pueden prohibir a la gente actividades para su propio bien o protección.
Como preguntaría Jorge: ¿Cuál es el
punto?
El punto es el mismo que explicábamos cuando hablábamos de la imposibilidad
de sustituir las religiones por la ética :porque ello no resolvería ni las
guerras ni las confrontaciones ni, en definitiva, el mal.
Poco importa un Estado total o un Estado mínimo. Ambos han de hacer frente
obligatoriamente al hecho de que en primer lugar no todos los hombres están
dispuestos a ser iguales, que algunos –por sus condiciones morales,
intelectuales y físicas- tampoco pueden ser iguales y de que en segundo lugar,
algunos hombres ansían y necesitan la libertad más que otros. Algunos están
dispuestos a sacrificar su seguridad, su vida incluso, por su libertad. Así que
lo normal es que den con sus huesos en el calabozo.
A otros, en cambio, les basta disponer
de tres comidas al día, un cobijo sobre su cabeza para sentirse cómodos en esta
vida y la seguridad de que no hay malhechores en las cercanías para ser felices.
Y no es por tanto extraño que acaben su existencia convertidos en esclavos.
Así de burlón es el destino.
¿Cuál es el punto?
El punto es que la única forma de mejorarse una sociedad no es a base de
establecer presupuestos mínimos o presupuestos máximos de las funciones del
Estado. El Estado, cualquier Estado, no es al fin y al cabo más que una
determinada forma de organización de una sociedad. A medida que la sociedad sea
más compleja mayor será el número de asociaciones voluntarias que se creen,
pero mayores también serán las medidas reguladoras que el Estado tendrá que
tomar y no sólo por su propio deseo sino porque será la propia sociedad la que
se lo pida.
Lo estamos viendo todos los días en España: los ciudadanos acuden a la
Justicia en masa, hasta el punto de que se ha perdido el respeto a todo el
aparato judicial. No sólo se pide a la Justicia que dicte sentencia sino que se
exige que sea una sentencia que satisfaga a la mayoría. En este sentido, las
leyes ya no son interpretadas por el juez competente sino por la sociedad. Esto
puede ser muy democrático, puede incluso ayudar a corregir sentencias erróneas,
no lo pongo en duda, pero no libra del problema principal al que se enfrenta
cualquier sociedad, democrática o no, ¿quién decide si una sentencia es justa o
injusta? Hasta ahora eran los tribunales superiores los que daban la última
palabra. Al día de hoy, no cabe ninguna duda de la enorme influencia que tiene
Fuenteovejuna-Diosa Opinión sobre el dictamen de los jueces.
La exigencia real, la necesidad auténtica, la única posibilidad de una
sociedad para salvarse consiste en dos simples pilares. Los que ya señaló Kant:
Sapere Aude y tomar al otro (y a uno mismo) como un fin y no como un medio.
Pero el bueno de Kant lo dijo no para organizar una sociedad, sino para que el
individuo fuera capaz de organizarse a sí mismo. A Kant le interesaba la política
muy poco e incluso su obra La Paz Perpetua es más una reflexión personal acerca
del asunto que un manual de política exterior. En el fondo a Kant lo único que
le preocupaba aparte de su sopa y su cobijo era fundamentalmente que le dejaran
en paz y para ello nada mejor que evitar meterse en líos y no provocar
escándalos. No moverse del lugar en donde uno está, llevar una vida metódica y
ordenada, humilde pero en conversación, ya es un comienzo.
A lo que me refiero: cualquier intento de la filosofía política por
organizar sociedades fracasará si cada uno de los individuos que compone esas
sociedades no se interesa primero por organizar su intelecto y sus virtudes. En
la actual sociedad los informes, artículos, libros y videos acerca de cómo
cuidar el cuerpo, el estómago, cómo practicar deporte, cómo poseer una figura
de veinte años a los cincuenta, cómo disimular las arrugas, cómo acabar con la
celulitis, qué posturas sexuales son las más convenientes para disfrutar y
adelgazar al mismo tiempo, qué alimentos son sanos y cómo comerlos
adecuadamente, invaden el mercado social. Y yo me pregunto cuándo tienen tiempo
esas personas para ocuparse no solamente de practicar sus virtudes y facultades
corporales sino también espirituales e intelectuales.
Y francamente, no encuentro el tiempo por ninguna parte.
¿Un ejemplo?
Un ejemplo:
Ustedes saben que hace unos meses cuando “pipi-caca-culo” enojó a
Turquía-Erdogán, yo me mostré a favor de “pipi-caca-culo” porque en mi opinión
cualquier hombre público y cualquier hombre de Estado que se precie y ocupe la
posición que ocupe, ha de aceptar que del mismo modo que goza de una serie de
privilegios y de inmunidades, ha de poseer una fuerte piel de elefante y
aceptar bromas y hasta insultos de Fuenteovejuna, por pesados e injustos que
sean. En la taberna de Facebook, de Twitter e incluso en las especiales
tabernas que representan los programas de televisión de humor, Fuenteovejuna
disfruta –no sólo de su cerveza- sino también de su catarsis.
Los hombres públicos y los hombres de Estado han de revestir su
susceptibilidad de individuos de la grandeza de ánimo y de espíritu que su
condición exige y una de dos: o hacen caso omiso de las conversaciones que se
tratan en las tabernas, o atienden a lo que se “cuece” en las tabernas e
intentan esforzarse para arreglar los fallos que se les imputan. Pueden incluso
iniciar una campaña para mejorar su imagen, pero acudir a los tribunales es –en
mi opinión- una mala idea por la sencilla razón de que ello no contribuye a arreglar
los problemas; más bien los agrava al introducir el miedo, la inseguridad y el silencio.
Un pueblo sin catarsis es un pueblo descontento y un pueblo descontento es una
olla a presión que puede estallar en cualquier momento.
Esa es mi opinión en lo que a los hombres públicos se refiere.
Pero en España, claro, el problema no puede ser tan sencillo.
En España el problema se complica.
La situación es la siguiente: Una twitera de 21 años estudiante de Historia
y cuyos padres están en paro escribe una serie de twitter riéndose y burlándose
de un atentado terrorista que acabó con la vida del general Carrero Blanco. La
justicia la condena a diez meses de prisión lo cual – con independencia de que
tenga que ir o no a la cárcel implica la inhabilitación como docente.
La atención se centra en la desproporcionada sentencia, que pone en peligro–
dicen- la libertad en general y la libertad de expresión en particular. España,
dicen, es un país que se caracteriza por el humor negro. En España, dicen, insultar
pertenece al carácter nacional. Así que como medida de protesta empiezan a
aparecer cientos, miles, de twitter burlándose de la muerte de Carrero Blanco y
qué se yo qué más. Acto seguido un
partido político lanza un crowfunding para ayudar a esa joven a recaudar fondos
para llegar hasta el Tribunal Supremo.
Y bien. Ustedes ya lo saben “a” no es “a”.
En el caso de “caca-pipi-culo” yo estaba en contra, no de la sentencia –que
todavía no había sido pronunciada- sino de que un hombre público demandara al
comediante, al payaso, de la taberna; estaba en contra de que quisieran acabar
con la catarsis que cualquier pueblo necesita para terminar el día con una
sonrisa y continuar con sus cotidianos problemas y quehaceres al siguiente.
En este caso en cambio, no dejan de sucederse los problemas.
En primer lugar, del mismo modo que al hombre público le pido una piel de
elefante, de rinoceronte incluso, le pido también el
ejercicio de las virtudes públicas y privadas. Ya lo dije: la división entre
virtud pública y privada que pregonaba Montesquieu nunca ha terminado de
convencerme. No me puedo imaginar que uno pueda ser virtuoso en público y no
serlo en privado y viceversa. Y caso de serlo o es un farsante o es un ser
débil. En cualquier caso su falta de virtud terminará influyendo de un modo u
otro en su función pública.
Esto viene a cuento de que hombres públicos en España han estado utilizando
el insulto, el agravio, la burla hiriente, los juegos de palabra, para
desacreditar, difamar, reirse y burlarse del contrario. En los programas de
televisión, en las tertulias políticas, en los programas de radio, lo normal ha
sido el insulto, la burla, la risa. Eso creaba espectáculo, generaba audiencia
y lógicamente beneficios. El problema no es que exista la telebasura. El
problema es que la telebasura sea el tipo de programa que más público atrae.
El problema es que el lenguaje y las formas que Fuenteovejuna ha adoptado en
todos y cada unos de los pliegues y despliegues de su comportamiento es el de
los programas telebasura. El problema es que el programa telebasura no haya
tenido que hacer otra cosa para conseguir su éxito que utilizar los elementos
que según dicen le eran ya propios históricamente a la Fuenteovejuna patria: la burla y el
insulto.
Burla e insulto que el hombre público ha utilizado a diestra y siniestra. Y
cuando me refiero al hombre público no me refiero únicamente al político sino
también al informador, al periodista... En definitiva: a todo aquél que cumple
una función que supera – y pretende superar- el ámbito de lo privado.
Cada una de las burlas e insultos proferidas por el hombre público han
quedado, salvo contadas excepciones, impunes y libres de castigo justamente en
virtud de la libertad de expresión.
Es en los últimos tiempos cuando la televisión espectáculo, la misma que inició
su práctica delante de las cámaras de la televisión, ha puesto en marcha –nuevamente como
recurso teatral- las demandas y contra-demandas por atentar
contra el honor y la dignidad.
La peculiaridad que la televisión espectáculo había exigido que atendieran los Tribunales de Justicia a la hora de dictar sentencia era la diferencia que existía entre personas que “vendían” sus vidas y las que no. Aquellas que “vendían” sus vidas no tenían derecho según aquella idea (idea que fue seguida por la mayoría) a que ningún tribunal protegiera su intimidad puesto que ellos mismos no lo habían hecho. Ya que habían decidido vender sus vidas, tenían que sufrir el castigo de la humillación y la tortura pública. Hasta el día de hoy me resulta imposible entender cómo un país consintió en convertir a dos personas jóvenes como eran Jesulín de Ubrique y su segunda mujer en escarnio público de toda una nación durante años. Pagados o no, todos y cada uno de los improperios, burlas y desprestigio que tuvieron que padecer fue una tortura psicológica de una magnitud que hoy en día, volviendo la mirada al pasado, cuando ya todo ha quedado atrás, asusta incluso a periodistas hechos y derechos. Su mujer al principio intentó la defensa. Al final hubo que hacer lo que Jesulín había propuesto desde un principio: “callar, ocultarse y seguir adelante”. Fue lo único que sirvió: seguir trabajando mientras los tomates volaban por encima de sus cabezas.
La peculiaridad que la televisión espectáculo había exigido que atendieran los Tribunales de Justicia a la hora de dictar sentencia era la diferencia que existía entre personas que “vendían” sus vidas y las que no. Aquellas que “vendían” sus vidas no tenían derecho según aquella idea (idea que fue seguida por la mayoría) a que ningún tribunal protegiera su intimidad puesto que ellos mismos no lo habían hecho. Ya que habían decidido vender sus vidas, tenían que sufrir el castigo de la humillación y la tortura pública. Hasta el día de hoy me resulta imposible entender cómo un país consintió en convertir a dos personas jóvenes como eran Jesulín de Ubrique y su segunda mujer en escarnio público de toda una nación durante años. Pagados o no, todos y cada uno de los improperios, burlas y desprestigio que tuvieron que padecer fue una tortura psicológica de una magnitud que hoy en día, volviendo la mirada al pasado, cuando ya todo ha quedado atrás, asusta incluso a periodistas hechos y derechos. Su mujer al principio intentó la defensa. Al final hubo que hacer lo que Jesulín había propuesto desde un principio: “callar, ocultarse y seguir adelante”. Fue lo único que sirvió: seguir trabajando mientras los tomates volaban por encima de sus cabezas.
Pero la persona que más les atacaba, que se ganaba la vida atacándoles, no
podía ser acusada de nada porque únicamente contaba “su vida”. Pueden ustedes
imaginar lo que da una vida para contar.
Así que los hombres públicos podían insultar porque eran públicos y
ejercían su derecho a la libertad de expresión y los hombres privados podían
igualmente insultar porque además de ejercer su derecho a la libertad de
expresión, lo único que hacían era contar “sus” vidas. Hasta cierto punto tiene
su lógica. Al fin y al cabo en la India muchos orinan en la calle porque es “su”
orina y porque la calle es “de todos”; práctica por cierto, que a los que
tenemos cincuenta años no nos resulta del todo desconocida por más que no
hayamos ido a la India.
En cualquier caso, los unos por un motivo y los otros por dos, nada de
tratar los temas que corresponde tratar con urgencia; y así en vez de centrarse
en el asunto, uno se dedica a llamar “tonto” al contrario. La descalificación
ha alcanzado en nuestro país unos niveles que a mí, francamente, no sólo me asombran
sino que me asustan. Se empieza insultando a los niños pequeños y aún se sorprenden
algunos de que se insulten a las novias, a los novios, a las madres, a los abuelos
y hasta a la guardia civil, si me apuran.
Y hete aquí que determinados medios, que no son los que menos insultan,
empiezan a notar que algunos utilizan twitter para ensalzar los asesinatos
etarras, para hacer chistes sobre el holocausto. Y se enfadan, claro. Y hete
aquí, que los twitteros que insultan no se sabe si por insultar o porque es la
nueva forma de comunicación entre los jóvenes, empiezan a darse cuenta de que
los otros se enfadan. Y ver al otro enfadado “no veas, tío, cómo mola”, así que
lo hacen más y más.
Hasta que la justicia decide que ya está bien “de cachondeo” y que hay que
dar una lección de comportamiento cívico.
Y dicta, claro, una sentencia ejemplar.
Y dicta, claro, una sentencia ejemplar.
Momento en el que unos alaban la sentencia y otros la critican.
De repente, el problema no es el insulto sino que el público no está de
acuerdo con la decisión de los tribunales.
El problema no es que los temas importantes no puedan tratarse porque el
insulto se alterna con “todo lo hago mal”, la burla es seguida de “sí, ya lo
sé, soy un monstruo”, y al final el hombre sensato comprende que aquello es un
guión pre-elaborado en el que la reflexión, la solución del problema con
independencia de todo lo demás, no tiene cabida.
El hombre sensato y comedido acaba abandonando la arena de lo público y de lo privado al tiempo que el clamor de Fuenteovejuna gritando hoy "Justicia" y mañana" La Justicia al paredón", no dejan de oirse por aquí y por allá.
El hombre sensato y comedido acaba abandonando la arena de lo público y de lo privado al tiempo que el clamor de Fuenteovejuna gritando hoy "Justicia" y mañana" La Justicia al paredón", no dejan de oirse por aquí y por allá.
El problema más serio no es si esta chica ha atentado contra el honor de
Carrero Blanco y con ello ha hecho apología del terrorismo; el problema es por
qué esta chica estudiante de Historia, de 21 años y con los padres en el
paro, no se concentra en sus estudios y si tan inteligente es que lo consigue
sin esfuerzo, por qué no profundiza en ellos a fin de salir lo antes posible de la precaria
situación en la que ella y su familia se encuentran, en vez de
perder el tiempo en escribir insensateces.
El problema más importante no es si esta chica ha atentado contra el honor de Carrero Blanco, sino qué pasaría si de repente hubiera mil, dos mil twitter, riéndose de ella ¿No podría eso ser considerado bullying, mobbing o acoso psicológico?
El problema esencial no es que los jueces hayan dictado una sentencia ejemplarizante sino ¿qué es lo que está sucediendo últimamente en la sociedad española?
El problema más importante no es si esta chica ha atentado contra el honor de Carrero Blanco, sino qué pasaría si de repente hubiera mil, dos mil twitter, riéndose de ella ¿No podría eso ser considerado bullying, mobbing o acoso psicológico?
El problema esencial no es que los jueces hayan dictado una sentencia ejemplarizante sino ¿qué es lo que está sucediendo últimamente en la sociedad española?
La burla, el insulto, las relaciones tóxicas, en resumen: la dialéctica verbal agresiva se ha convertido en una práctica generalizada.
¿Se acuerdan ustedes de un
docu-reality en el que una madre de más de setenta años preguntaba en tono de
burla a su hija de cincuenta, con sobrepeso y sin pareja, si quería una porra
(en alusión a un día en el que se veía a la hija comiéndose un gran trozo de
masa frita al tiempo que aseguraba que iba a ponerse a dieta, o algo así),
justo en plena cena de Nochebuena, justo cuando estaban no sólo los invitados
sino también el público, justo cuando esa hija estaba devorando una cigala o
una langosta. Ni lo sé. La madre quería espectáculo y seguramente sabía que no
hay mejor espectáculo que el humor a costa de otros. Esto es, en efecto, más fácil de conseguir que mantener
una conversación amena y agradable a base de anécdotas, de curiosidades....
La hija, claro, no estaba para risitas a costa de ella y no se le ocurrió
otra cosa que mandar a su madre a la mierda.
Las críticas, pueden ustedes imaginarse, llovieron sobre la hija de cincuenta años. De ella el público esperaba, con lo curtida que
está en estos lances, que hubiera contestado: “Dónde se ponga una cigala (langosta) no
hay porra que valga” o algo por el estilo. Pero la hija no supo reaccionar porque era
Nochebuena y porque la bromita la cogió desprevenida: jamás pensó que su madre se decidiera a hacer espectáculo a su costa y mucho menos en un momento como aquél: en la cena de Nochebuena.
En realidad esa madre, maestra del espectáculo, no hacía nada particular, nada que no fuera expresar y exteriorizar públicamente lo que está empezando a convertirse en un comportamiento "normal" de muchas madres hacia sus hijas. Lo
que esa madre hizo en su docu-reality es lo que otras muchas practican cada día
en su pequeño mundo para no ser olvidadas, para ser el centro de la reunión. Ridiculizan a sus hijas, les aumentan los defectos, las humillan en privado por eso de que, ya saben "palabra contra palabra", las educan en la obligación del silencio (de la obligación de callar las faltas y las debilidades maternas) y la sociedad hasta cierto punto lo impone porque una hija que critica a su madre es una hija desnaturalizada, pero una madre que critica a su hija es una madre que quiere educarla (aunque la hija tenga más de cinco décadas) y esas madres no famosas no dudan en utilizar ese silencio al que están obligadas las buenas hijas que quieren seguir siendo consideradas buenas hijas, contra esas buenas hijas a las que de puerta para afuera tanto quieren y tanto necesitan no porque sean buenas sino porque son sus hijas (y ellas, madres abnegadas, las aceptan tal y como son) y sobre todo, porque hoy en día pocas mujeres son las que disponen de una nuera para tratarlas “a
lo suegra”. Así que, en efecto, a muchas ancianitas del tipo de los ancianitos de "La Avería" de Dürrenmatt no les queda más remedio que "echar mano" de sus hijas y transformarlas de hijas en nueras.
En los colegios, la violencia entre alumnos es cada vez más preocupante. En
las parejas la principal cuestión no es la de conseguir estar juntos aunque
sea al final del día sino la violencia de género. Los divorciados se enzarzan
en luchas a muerte por la custodia compartida al tiempo que después se publican
artículos titulados “padres Disney”. Los padres Disney son los “pobres”, “esforzados”
y “abnegados” padres divorciados que ven a sus hijos un fin de semana cada
quince días y que trazan un plan para que a su hijo la estancia le resulte
perfecta: excursiones al campo, visitas al zoo, a los museos, qué se yo. Pero
claro, como esa no es la vida normal del progenitor todo resulta un poco
bellamente artificial, o sea “Disney”. Y de repente aparecen una cohorte de
psicólogos y psicólogas que aseguran que no es importante hacer nada de eso,
que es fundamental para el niño aburrirse, que aburrirse es buenisimo, que
estimula la imaginación, la confianza en sí mismo y en sus capacidades...
A veces se lee cada cosa..
En primer lugar, no me cabe duda de que
el aburrimiento es sanísimo porque obliga entre otras cosas a superarlo y es
justamente el cómo se supera el aburrimiento lo que distingue a los genios de los normales
mortales y a éstos, a su vez, de los imbéciles. Unos se dedican a inventar nuevos artefactos
tecnológicos, otros al arte y otros, los imbéciles, a jugar con las videoconsolas
y algunos, los más imbéciles, a ver porno.
Pero señores y señoras psicólogas comprendan el tema concreto del que se
está tratando: la cuestión no es si el aburrimiento contribuye o no al desarrollo de la personalidad del niño (y créanme que el
aburrimiento es esa franja entre el mundo apolíneo y el mundo dionisiaco de
Nietzsche y por tanto es un héroe todo aquél que sabe mantenerse en ella sin
caerse ni el uno ni en el otro lado). Entre otras cosas porque hoy los niños no
tienen que enfrentarse al aburrimiento. Para eso están los ordenadores, las
video consolas, las películas y todo lo demás.
No. La cuestión que se está tratando es la de los padres divorciados que
ven a sus hijos cada quince días.
Y sí.
Es necesario, imprescindible, vital, que intenten construir en esos dos días una relación sana, estable y profunda con sus hijos.
Sí.
Es necesario, imprescindible, vital que vayan con ellos al parque, a jugar al fútbol, a montar en bicicleta –aunque no hayan cogido una desde su niñez-, a patinar, a aprender a ir en monopatín, a hacer excursiones. Es necesario, imprescindible, vital, que su hijo sepa que puede confiar en la orientación de su padre –o no; que puede admirar las destrezas de su padre al volante de la bicicleta – o no. En definitiva: es necesario, imprescindible, vital que padre e hijo se conozcan y ello sólo puede lograrse en la interacción, en el ir juntos.
Y claro que el padre no hace lo que normalmente hace durante la semana y los otros fines de semana. Pero es que su hijo, tampoco.
Y sí.
Es necesario, imprescindible, vital, que intenten construir en esos dos días una relación sana, estable y profunda con sus hijos.
Sí.
Es necesario, imprescindible, vital que vayan con ellos al parque, a jugar al fútbol, a montar en bicicleta –aunque no hayan cogido una desde su niñez-, a patinar, a aprender a ir en monopatín, a hacer excursiones. Es necesario, imprescindible, vital, que su hijo sepa que puede confiar en la orientación de su padre –o no; que puede admirar las destrezas de su padre al volante de la bicicleta – o no. En definitiva: es necesario, imprescindible, vital que padre e hijo se conozcan y ello sólo puede lograrse en la interacción, en el ir juntos.
Y claro que el padre no hace lo que normalmente hace durante la semana y los otros fines de semana. Pero es que su hijo, tampoco.
En conclusión, Disney o no Disney, un poco de belleza, un poco de humor
blanco, un poco de luz, de conversación amable, de gestos cariñosos, nunca
viene mal.
Pero ¿qué sucede? Que lo bello en España asusta. Los niños tienen que
aburrirse y esto, leido en el contexto en el que lo leí sonaba más bien a “los
niños son unos pesados y que los aguante su madre; bueno su madre, no que para
eso está la conciliación; así que se aguanten a sí mismos y que os dejen
disfrutar de vuestro bien merecido fin de semana”. A eso sonaba por más que
aquellos sesudos profesionales no dejaran de entonar una loa al aburrimiento.
Aburrimiento ¿qué aburrimiento? Cada vez quedan menos héroes porque con el
aburrimiento está pasando lo que pasaba con el mundo de la Fantasía de Michael
Ende: está desapareciendo a golpe de videos, móbiles, cine, y qué se yo.
En fin. La sentencia judicial de la estudiante de Historia será politizada y mediatizada. Seguramente el
Tribunal Supremo corregirá la dureza de la sentencia y estará bien que la
corrija.
Lo que no podrá lograr, lamentablemente, será que todos y cada uno de los
ciudadanos aprendan a utilizar la burla y el insulto correctamente. Porque del
mismo modo que uno no debe abusar de los discursos edulcorantes, azucarados y
falsos, uno tampoco tiene que andar insultando a diestro y siniestro. Mucho
menos cuando el problema a resolver sigue sin haber sido resuelto.
Mi particular observación es que las malas maneras, la agresividad verbal,
las relaciones tóxicas, la difamación, los dires y diretes, los cotilleos, la
burla al otro combinada con el victimismo a uno mismo, no logran una atmósfera
adecuada ni para trabajar ni para vivir.
¿Comprenden ahora por qué no puedo ser libertariana?
Porque el buen funcionamiento de una sociedad no depende de la organización
política – o al menos no sólo depende de ella, sino del grado de educación de
cada uno de los ciudadanos. Y con educación no me refiero al “Buenos días”, “Buenas
Tardes”, sino al cultivo de las artes, de la lectura, de la conversación
agradable delante de un bizcocho de almendra, de la narración de momentos
pasados, de la elucubración sobre sueños venideros.
El buen funcionamiento de una sociedad depende de cuántos ciudadanos
siguen el Sapere Aude y la idea de considerar al otro como un fin en sí mismo, en vez de usar y abusar
del insulto.
¿Y por qué se usa y se abusa del insulto?, me preguntarán ustedes.
Porque sencillamente cuando no insultan, cuando no se burlan, cuando no
agreden verbalmente, cuando no se rien del prójimo, ya no se les ocurre otra
cosa qué decir.
Y este, este es el verdadero problema al que tiene que hacer frente una
sociedad.
Cuanto menos tenga que decir, más insultará, más agraviará, más difamará,
más tóxica será.
¿Contra quién?
Contra los hombres de mérito, naturalmente.
¿Y qué harán los hombres de mérito mientras tanto?
Curiosamente lo dice Maquiavelo y lo dice también el“I Ging. Das Buch der Wandlungen.“ (“El
libro de las Transformaciones”)
Die einzelnen Linien
Anfangs eine Neun bedeutet:
Verdeckter Drache. Handle
nicht.
Der Drache hat in China eine
ganz andere Bedeutung als in der westlichen Auffassung. Der Drache ist das
Symbol der beweglich-elektrischen, starken, anregenden Kraft, die sich im
Gewitter zeigt. Diese Kraft zieht sich im Winter in die Erde zurück, tritt im
Frühsommer wieder in Wirkung und erscheint am Himmel als Blitz und Donner.
Infolge davon regen sich dann auf der Erde auch die schöpferischen Kräfte
wieder.
Hier ist diese schöpferische
Kraft noch verdeckt unterhalb der Erde und hat daher noch keine Wirkung. Das
bedeutet, auf menschliche Verhältnisse übertragen, dass ein bedeutender Mensch
noch unerkannt ist.
Aber er bleibt sich darum
dennoch selber treu. Er lässt sich von äußerem Erfolg und Misserfolg nicht
beeinflussen, sondern wartet stark und unbekümmert seine Zeit ab.
So gilt es für den, der diesen Strich zieht, zu
warten in ruhig starker Geduld. Die Zeit wird sich schon erfüllen. Man braucht
nicht zu fürchten, dass ein starker Wille sich nicht durchsetzt. Doch gilt es,
seien Kraft nicht voreilig auszugeben und etwas erzwingen zu wollen, das noch
nicht an der Zeit ist."
O lo que es lo mismo: Ocultarse, permancer fiel a sí mismo y guardar la
energia interna sin quebrar la fuerza de la voluntad para cuando llegue el
momento de salir.
¿Y cómo conseguir salir de la situación de miseria?
Sapere Aude y ver en el otro un fin y no un medio, es la solución que
ofrece Kant.
„Milde in der Handlungsweise
verbunden mit Stärke des Entschlusses bringt Heil,“ dice el “I Ging. Das Buch der Wandlungen.“
Si yo sigo a Kant, no les quepa duda de que el tranquilo Jorge sigue
tranquilamente al I Ging.
Una cosa es segura: a las sociedades no las construyen ni las edifican los
sistemas políticos. A las sociedades las construyen y las edifican los
ciudadanos. Cada uno de ellos. Esto es algo que Fuenteovejuna tiende a
olvidar. Su discurso consiste en una
letanía al modo de “se han perdido los valores” mientras ella es la primera que
los dejó abandonados en un apartado rincón del que ni siquiera se acuerda.
Por todo esto no puedo ser libertariana.
Creo que en el fondo soy demasiado errante para poder serlo.
Y mira que me gustaría encontrar una posada...
La energía errante.
Nota. Sí, ya lo sé: demasiado largo y escrito demasiado rápido; a la
velocidad del pensamiento, como de costumbre; demasiados temas. ¿Demasiados?
Sólo uno: la sociedad, su construcción y su mantenimiento, no dependen de las estructuras
tanto como suele creerse, sino de cada uno de los elementos que componen esa
sociedad. Poco importan los sistemas políticos si los ciudadanos son virtuosos
y poco pueden hacer esos mismos sistemas políticos por buenos y nobles que sean
sus principios si los ciudadanos a los que rigen han caído en la barbarie. El
problema del uso y abuso del insulto y de la burla es que aparte del agravio
que cometen contra la dignidad de la persona, introducen una violencia psicológica,
una atmósfera desagradable y tarde o temprano se corre el peligro de pasar a la
violencia física. Mientras tanto la inactividad se extiende por todas las capas
de la sociedad porque los individuos que la componen están más ocupados en
ofender y defenderse de las ofensas que en resolver los asuntos importantes;
más ocupados en los dires y diretes, en los ataques y contra ataques verbales,
que en la resolución de los temas; más interesados en encontrar la frase slogan
que justifique que el coche ha quedado aprisionado en el barro, que en
sacarlo de allí y proseguir el viaje.
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