Evocaciones desde la melancolía

Verónica, la hija de Carlota, no desea en absoluto ser como su madre. Lo que le aterroriza no es “acabar” como ella. Lo que realmente le espanta es “ser” como ella. Y ese desesperado anhelo de no-ser aquella que precisamente es quien le ha dado el ser es lo que le determina a intensificar el lado pragmático heredado de la rama paterna. Carlota ya lo profetizó una vez, hace ya muchos años, cuando paseábamos por los pasillos vaciados de la facultad de Derecho; digo vaciados y no vacíos porque la soledad y tranquilidad que se respiraba no eran debidas a “causas naturales”, por llamarlo de algún modo sino al verano. El verano había vaciado los siempre llenos, casi multitudinarios, los corredores y galerías que daban acceso a las aulas en donde se formaban curso tras curso los juristas sevillanos. No es que Carlota quisiera decir lo que dijo; fue más bien que el pensamiento escapó a la superficie porque ya en aquel entonces el Espíritu, que era la esencia de Carlota, no se conformaba con permanecer callado como mero espectador silencioso que observa la escena sin querer actuar en ella, sin ni siquiera pronunciar una frase; mucho menos un juicio de valor. Carlota era una dama y el Espíritu luchaba sin descanso contra la cárcel que esa particularidad de Carlota, el de ser dama, representaba. El Espíritu quería ser libre.

“Nosotros aún tenemos sueños. Los que vengan detrás de nosotros ni siquiera los tendrán”. Eso profetizó Carlota. Lo auguró cuando todavía no había leido ni a Huxley, ni a Ray Bradbury, ni a K. Dick. porque no era Carlota la que hablaba sino el Espíritu el que profetizaba. Fue por aquel entonces cuando empezamos a notar, o al menos a sospechar, que era el Espíritu el que hablaba por la boca de Carlota. Ella era el Espíritu y yo la Energía que lo mantenía despierto... hasta que yo misma empecé a sufrir cortocircuitos y no pude lograr ahuyentar al basilisco que la estaba devorando ni al terrible cansancio que la empezó a consumir. Ha sido Carlos, el misógino y misántropo Carlos, quien finalmente ha terminado salvándola. Horas de investigación, de ánalisis de muestras de sangre, de idas y venidas, de llamadas aquí y allá, de preguntas y más preguntas, han servido para que le proporcionara a mi amiga el medicamento, la combinación de pócimas mágicas, que la mantienen despierta y unida a la vida; unida a nosotros.

Ahora es el turno de Jorge. El vaquero del sombrero blanco: ese es Jorge. El hombre tranquilo que tranquilamente se enfrenta a todos y cada uno de los monstruos de este mundo y el siguiente. Es su tranquilidad la que me enerva pero es su tranquilidad también la que consigue reparar cada uno de los cortocircuitos, de modo que yo logre comprender un mundo que se me antoja cada vez más extraño. “Entiendo que no lo entiendas – asegura tranquilamente el tranquilo Jorge – porque la realidad es que no hay nada absolutamente nada que entender. Las cosas son así. No hay mucho más. Claro que hay un par de aspectos, de variables por así decirlo, que pueden ser modificadas; pero son cuestiones referentes a los modos de convivencia no a los modelos metafísicos del ser. No hay modelos metafísicos del ser. No hay metafísica. Y si la hay, créeme, es pura y simple una simple fantasmagoría que impide concentrarse en el aquí y ahora donde lo único, lo único que realmente importa, es conseguir un modus vivendi para no acabar matándonos los unos a los otros por un trozo de pan. Imagínate si encima introducimos las variables metafisicas que lejos de ser constantes son inconstantes además de impredicibles. Toma la vida como es y no como te gustaría que fuera. Toma la vida como es y no como tú quisieras que fuera. No hay más.”

Ese es el tranquilo Jorge que tranquilamente pasa la vida enfrascado en asuntos importantes, de la misma manera que el marido de Carlota ocupa su existencia dedicado a los negocios. Las negocios, dice el marido de Carlota, no son en absoluto asuntos importantes. Nada más lejos de los asuntos importantes, nada más contrario a los asuntos importantes, dice el marido de Carlota. Los negocios, dice el marido de Carlota, son un asunto de lo más trivial, de lo más baladí. Los negocios, dice el marido de Carlota, son el juego al que se dedican todos los niños que no quieren dejar de ser niños. Se trata de perder y ganar donde “perder” y “ganar” nunca son absolutos porque siempre hay nuevos juegos que jugar, nuevos entretenimientos que buscar para “matar” el aburrimientos. Los niños, dice el marido de Carlota, son seres sumamente proclives al aburrimientos y por eso constantemente andan persiguiendo nuevas distracciones y entretenimientos. Nada serio, por supuesto. Lo serio es terriblemente aburrido, dice el marido de Carlota.

Tal vez sea por eso por lo que Carlota prefirió a su marido antes que a Carlos. Porque su marido entiende la actividad como un juego mientras que para Carlos la existencia en un interminable reto, un inagotable desafío a muerte. El ser contra aquello que se opone al ser pero que es también, de alguna manera, un ser... Sí. Seguramente esta situación hubiera resultado demasiado fatigosa para Carlota. Queda, además, la cuestión del nombre. Carlos y Carlota son dos estetas; nunca se hubieran permitido un desliz con algo tan poco delicado como Carlos y Carlota.

Pero en realidad no es de esto de lo que yo quería hablar.

De lo que yo quería hablar es de la gran contradicción que existe en la actualidad entre ese deseo de los viejos de vivir hasta el infinito y de ese ansia por morir de los jóvenes, cuando en realidad debería ser al revés. Cuando se lo dije a Jorge lo que me contestó fue esa perorata de que hay que tomar las cosas tal como son. Sí. Su operación hay que tomarla tal como es. ¿Pero cómo entender la fiebre que hoy domina a una gran parte de los científicos y de la población por querer extender su edad hasta unos límites casi exagerados mientras otra gran parte de los científicos y de la población intenta limitarla, aunque sea para acortar el sufrimiento, mientras que otros – sin científicos pero sí con los medios más extravagantes que puedan concebirse- intentan reducirla al mínimo? Y cuando digo “reducirla” no sólo me refiero a “acortarla”, sino incluso a insensibilizarla hasta donde sea posible, a minimizar las constantes vitales de modo que la vida no se sienta como vida sino únicamente como transcurrir.

¿Cómo puede explicarse este fenómeno?

Jorge hace tiempo que me ha dejado por imposible. ¿Debo aceptar esta situación como algo que es, como un simple enunciado de la realidad al que uno puede dedicar su atención o ignorarlo porque con independencia de ello, el enunciado seguirá hablando objetivamente de la realidad a la que se refiere?
Bien. De aquí proceden mis cortocircuitos: de la disfunción entre el enunciado “Llueve” y mi pregunta: “¿cómo es posible que llueva a cántaros mientras luce el sol si ni siquiera se ve una nube negra en el horizonte?”

Algunos como el tranquilo Jorge cogen tranquilamente el paragüas y se encaminan a resolver los asuntos importantes.

Otros se encierran, más bien se atrincheran, en su habitación bajo un sinfín de cojines en los que están escritos las palabras “conspiración”, “apocalipisis” y yo que sé qué más.
Hay quien como Carlos analizaría las consecuencias para la salud de la población, mientras el marido de Carlota corria feliz a ver qué beneficios podría sacar de la comercialización de tal fenómeno atmosférico si se deja fabricar en serie.

Carlota y yo miraríamos al cielo azul, veríamos llover y disfrutaríamos de la excentricidad del prodigio e inventaríamos mil historias, mil cuentos, mil anécdotas, mientras tomábamos café y nos servíamos un trozo de pastel de chocolate.

Y así veríamos lo que a los otros, tan ocupados en sus ocupaciones, investigaciones y juegos, no verían. En eso básicamente consiste el Espíritu y la Energía: en ver, simplemente “ver”. El Espíritu “ve”, la Energía “habla”. El Espíritu son los ojos y la Energía su voz.

Pero no es de esto de lo que yo quería hablarles, sino de la profunda fractura que existe entre los hombres que quieren vivir eternamente y los que quieren morirse. Y que sean precisamente los hombres que más han vivido, los viejos, los que sueñen con una vida sin fin mientras que son los jóvenes, los más jóvenes, los que en estos momentos se empeñan a jugar a la ruleta rusa con su propia existencia. Y lo peor, lo nunca visto: no porque persigan ideales nobles, no porque deciden unir sus vidas en la eternidad con el primer amor, sino porque sí. Quieren morir sin más.

¿No es esto aterrador, realmente aterrador?

No. No es diversión lo que buscan. Es por la muerte por quien preguntan una y otra vez.

Una chica de trece años en coma etílico porque se bebió una botella de ron, o de whisky o yo que sé en media hora. Un chico que practica deporte de alto riesgo no por el término “deporte” sino por lo de “alto riesgo”, como si más que de una actividad física se tratara de una apuesta en las carreras: a ver quién llega antes, la muerte o yo. Chicos que utilizan su tiempo libre para escribir chistes acerca de muertos y de muertes. Muchachos que juegan a un juego llamado “ballena azul” o algo por el estilo, que consiste en aceptar desafíos cada vez más arriesgados hasta enfrentarse al suicidio. Algo así inventó Robert Louis Stevenson. “El club de los suicidas”, lo llamó. Lei ese relato junto con el diablo de la botella cuando tenía once años. Una amiga había conseguido que su hermano se lo prestara. En realidad yo no se lo había pedido pero ella estaba encantada de tener una compañera que leyera “hasta las piedras”. Es el libro que con más pena y tristeza he devuelto; tan bello me pareció.

Pero Stevenson era un hombre que quería vivir, no morir; de ahí que el drama se presenta “el club de los suicidas” no sea el del hombre que quiere despedirse de este mundo sino la del hombre que después de haber deseado morir quiere seguir viviendo. Stevenson muestra la desesperación del hombre que lucha por su vida después de haber “contratado” su muerte. La crítica de Stevenson va dirigida una y otra vez contra los pactos, especialmente los pactos últimos. Donde el tranquilo Jorge diría tranquilamente “esto es lo que hay”, Stevenson vendría con Carlota y conmigo a protestar y a declarar que no sabe si “esto es lo que hay” puede cambiarse pero que desde luego va a intentar hacerlo. La lucha de Stevenson es la del ciudadano que no quiere ni leyes ni pactos eternos, la del individuo que confia en la vida y en la comunicación, esto es: en el Logos y por eso “esto es lo que hay” no puede ser contundente sino en constante movimiento, en constante renovación, discusión e interpretación. Eso le une al Espíritu.

¿Y la Energía? La Energía es un concepto extraño; extraño porque su propia función lo es. Imaginen: algo que confiere capacidad de trabajo pero ella misma no determina el trabajo. La energía, como muy bien dice Wikipedia, “es una propiedad de los estados físicos. No es un estado físico real ni una sustancia intangible. No obstante, hay quienes, como Wilhem Ostwald, han considerado a la energía como lo auténticamente real ya que según la ecuación de la equivalencia la masa, que es la medida de la cantidad de materia, puede transformarse en energía y viceversa. Por tanto no es una abstracción, sino una realidad invariable a diferencia de la materia.” Pero a continuación la propia Wikipedia escribe. “La energía es una abstracción matemática de una propiedad de los sistemas físicos.”

O sea: el lío. Y el lío, claro, sigue liándose.

En la mecánica clásica lo más importante es la conservación de la energía; en la relativista, el mantenimiento constante de la energía; en la cuántica, lo fundamental es que no se puede hablar del valor de la energía referido al sistema sino a una variable. ¿Comprenden ahora lo de corto circuitos en la energía? La física cuántica rompe la unidad de la energía. En realidad ninguno de los otros tipos de física lo habían logrado establecer; por eso para la clásica era tan importante la conservación de la energía y para la relativista el mantenimiento de la constancia de la energía y para ello había que “redifinir la medida de la energía”. O sea, hay que transformar la definición, el concepto, de energía porque una medida se establece en función de un concepto. Pero la física cuántica es posmoderna. No se sabe muy bien si el posmodernismo establece la física cuántica o es la física cuántica la que inspira la posmodernidad. Una cosa es clara: cada una de las consideraciones acerca de la energía está unida, de algún modo, a la idea que en ese momento se tiene sobre el mundo: conservar el status quo y la tradición; mantener equilibrado ese status quo a base de hacer piruetas en el aire; aceptar que el status quo es un aquí y un ahora y no un siempre eterno, sino un aquí y ahora en constante cambio, espectral, fantasmagórico y real, tanto como lo es la realidad virtual... Y es a partir de entonces cuando la energía empieza a sufrir cortocircuitos. Entonces y sólo entonces. Y no sólo cortocircuitos; también el vértigo se apodera de ella: en el mismo instante en que la Energía se encuentra dentro de una habitación de espejos deformados y deformantes y obtiene de cada uno de ellos una imagen, un apellido, diferente: energía potencial, energía de ionización, energía del vacío, energía en reposo, energía de desintegración, energía potencial gravitatoria, energía potencial electrostática, energía potencial elástica...

Tantos nombres para simplemente exponer que realmente se ignora la esencia de la Energía.

Pero realmente tampoco es de esto de lo que yo quería hablarles.

En realidad yo quería hablarles de Jorge y de su operación y de mi visita a la estrella de la bruja ciega y lo triste, de lo profundamente triste que hoy estoy.

“La energía no se crea ni se destruye: sólo se transforma” escribe Wikipedia."De este modo la cantidad de energía inicial es igual a la final."

“La energía se degrada continuamente hacia una forma de energía de menor calidad” (energía térmica)

Si esto no es sufrir de corto circuitos, ya me dirán ustedes qué es.

La energía errante,

Después de haber visitado la Estrella de la Bruja ciega.

Todos lo referente a la definición de Energía está tomado de Wikipedia. Las elucubraciones acerca de la Energía están sacadas desde mi propio sistema de medidas.

Y todavía hay quienes se obcecan en buscar o en establecer un Orden Eterno e Inmutable en este planeta llamado Tierra...

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