Deambulaciones sobre el arte, la prosa y el psicoanálisis
Finalmente no he podido resistir la tentación de introducirme en la lectura de Philipp K. Dick más a fondo. Y
eso a pesar de que las críticas que he leido sobre él no son especialmente
buenas. Están claro los incondicionales pero la mayoría de los articulistas desaprueban la calidad de su prosa. Y en efecto, su prosa no es buena y no
tanto por insuficiente sino por inexistente. En Valis la prosa es continua pero
se trata de una prosa que no busca ser prosa sino un discurso interno
desgarrado y eso, a la larga, cansa al lector convertido por deseo expreso de
K. en oyente. Ya lo dije ayer: mientras algunos heridos sufren sus lesiones en
silencio otros las gritan sin descanso, sin pausa, hasta convertirlas en
letanía, despojándolas así de su importancia; como si de esta forma -despojándolas de su importancia- consiguieran
también desposeerlas del dolor que causan al enfermo. La letanía se convierte
así en una especie de placebo para el paciente: no sana el mal pero en tanto que lo banaliza, consigue adormercerlo.
De todas formas es importante no olvidar que la prosa es al escritor lo que el dibujo al pintor. Quiero
decir: hay pintores que dibujan muy bien pero tienen un sentido terrible del
color, hasta el punto de que puede afirmarse sin exagerar que carecen de él.
Estos pintores crearán magníficos grabados y legarán a las generaciones futuras
magníficas ilustraciones de la realidad de su tiempo siempre y cuando se
limiten a utilizar el blanco, el negro, el gris y tal vez – pero sólo tal vez-
el marrón y no vayan más allá del trazado de lineas en todas sus posibilidades.
Otros pintores en cambio tienen una especial sensibilidad para el color. Es a
través del color como su genio artístico se expresa y logra dialogar con el
espectador de cualquier tiempo y cualquier lugar. El rojo ya no es rojo: es
sangre, es amor, es muerte o vida según el pintor y su vis creativa así lo
decida; el verde es envidia, enfermedad o belleza campestre; el azul es
oscuridad y tiniebla o belleza sobria, feroz tormenta o relajada meditación...
todo depende de la intensidad y la fuerza emocional con la que el pintor quiera
dotarla. Pero no le pidan a ese pintor que dibuje una línea porque lo más que
logrará será hacer un garabato.
¿Cuándo se puede calificar a un pintor como “genio”? Cuando su potencia
creadora domina tanto la linea como el color y cuando línea y color son capaces
de establecer un diálogo no sólo con su mundo interior sino con el mundo
externo y no sólo con el tiempo en el que su mundo transcurre sino con la eternidad.
Del mismo modo existen escritores de los que se puede afirmar que dominan
la utilización del lenguaje, que son dueños y señores del extenso paraje que
conforma su idioma, que lo saborean después de haberlo domado y lo pasean con
elegancia y majestuosidad por los más variopintos paisajes: la llanura, el
páramo, el bosque... Tales escritores describen el mundo que ven y que les
rodean con una intensa profundidad y exactitud; poco importa que se trate de
una bombilla o de una vela: su exposición convertirá a la bombilla y a la vela
en obra de arte.
Por el contrario, otras plumas son incapaces de presentar con las palabras ni una simple taza
de café; la obligación de elaborar con ellas un simple boceto les produce un terrible sufrimiento que les arrastra o bien a dejar la hoja en blanco
durante semanas o peor aún: a emborronar una cuartilla tras otra sin más tinta
que la que la desesperación del autor ha dejado impresa en ella antes de
arrojarla a la papelera con rabia.
Estos escritores suelen, en cambio, sobresalir por la
destreza con que manejan los “colores” del alma – o de la psique, como ustedes
prefieran- humana. Incapaces de edificar un simple párrafo, erigen no obstante
obras maestras a base de diálogos que muestran en toda su profunda claridad del mundo en el que están
inmersos, con esa misma profunda claridad que
poseen las aguas cristalinas de un lago sin fondo que seductoras invitan al bañista
a introducirse sin miedo en ellas haciéndole creer que sus piernas pisarán la
base cuando la realidad es que se trata de un burdo engaño y a menos que se
trate de un experimentado nadador, el bañista corre un serio peligro de ser
tragado por ese aparentemente amable y tranquilo lago. Y así igualmente logran esos
escritores que ese mundo -que precisamente porque les rodea se trata de “su
mundo”- sumerja al lector de otros mundos y de otros tiempos en el tiempo sin
tiempo de la eternidad llegándole incluso a obnuvilar los sentidos igual que
jugaba el lago con la percepción del bañista y hacen creer al lector que el mundo del
escritor - que es en realidad es el “su mundo” del escritor se trata de “el” mundo en el que no sólo la vida del escritor sino la de todos sus contemporáneos transcurre, y de que ese “el”
mundo, que no es “el” mundo" desl escritor y sus contemporáneos sino sólo “su” mundo del escritor, es eterno y sin fin; y ni
siquiera cuando el lector reflexivo comprende al fin el espejismo al que pretende
arrastrarlo ese escritor queda a salvo de la subyugación del autor porque los paisajes
construidos no a base de descripciones sino de diálogo, no a base de prosa sino
de signos de admiración, de interrogación, suspensivos... son tan intensos que
una vez dentro no puede, no quiere, ya salir. El lector no “ve” esos paisajes
como sí en cambio los veía cuando estaba dentro de la obra del escritor
prosista, pero los “siente”.
¿Cuándo un escritor es “genial”? Cuando su dominio del lenguaje iguala a su
dominio para expresar sentimientos, para potenciar emociones, para trasladar al
lector a “su” mundo haciéndole creer que se trata “del mundo”, cuando le
arrastra consigo a dimensiones desconocidas que sin embargo terminan por
resultar familiares al lector porque no sólo son retransmitidas a través de
vocablos perfectamente colocados sino que son comunicadas a través de la “telepatía”, de la em.
Hay muy pocos escritores geniales del mismo modo que hay muy pocos pintores
geniales. Porque además para que la genialidad termine de ser genial ha de ser
una genialidad sincera y esta condición reduce aún más el número de escritores
geniales.
Tal vez sea esto lo que explica la sorprendente conducta de un par de
conocidas mías que se dedican a escribir; no sólo a escribir, sino también a
publicar y cuando digo “publicar” me refiero a hacerlo a través de editoriales
y no a autopublicaciones vía internet que es lo que seguramente haré yo algún
día para –vanidad de vanidades- legar mis escritos no al mundo sino al puñado
de personas que a la energía errante, que soy yo, le importan realmente. No creo, francamente que ese puñado
de personas esté muy interesado en este mi legado, entre otras cosas porque
ni siquiera estoy segura de que lleguen a entender lo que escribo y me muestro sumamente escéptica ante la posibilidad de que puedan malgastar su tiempo en tratar de entenderlo. Puesto que yo sigo pensando
que el Logos transmite no sólo enunciados fácticos sino formas y modos de
comprensión de la existencia y puesto que mi energía es una energía errante,
ora aquí ora allá, supongo que a unos les faltará idioma y a otros sincronía mental. A decir verdad tampoco creo que el hecho de entender mis escritos, en el sentido de estructuras mentales y no sólo de comprensión lingüística les ayudara ni a ellos ni a sus vidas. Incluso mi vanidad de vanidades tiene sus límites y estos coinciden con mis propios límites que no dejan de serme, por míos, sumamente familiares...
Pero no es de mí y de los “herederos” de mis escritos de quienes quería hablar,
sino de mis conocidas. Mujeres ambas, ambas escritoras. Ahí, creo yo, es donde acaban
las similitudes. Mientras la una es radical de izquierdas, defiende bravamente la otra la
ideología de las damas de la gran sociedad, ideología que yo admiro pero que, al
contrario de Carlota, soy demasiado vaga o demasiado errante, como ustedes prefieran, para decidirme a formar parte de ella.
Pues bien, lo
extraordinario del asunto es que mientras que la radical de izquierdas sitúa a
sus protagonistas en ambientes burgueses y bien burgueses, la otra –la dama-
sitúa a sus figuras principales ora en suburbios ora en atmósferas envueltas
por un provincialismo casi asfixiante.
Lo que yo me pregunto: ¿están contentas
con sus vidas? ¿son otros mundos los que desean? ¿O es que la radical de
izquierdas oculta en lo más profundo de su alma la personalidad excelsa de una gran señora
de la alta sociedad mientras la dama esconde bajo su representación de dama de alcurnia su alma de mujer remilgada y estirada de provincias?
¡Quién lo sabe! ¡Quién sabe lo
que pasa por sus mentes y menos aún lo que pasa en sus corazones!
En cualquier caso, ambas mujeres, aun dotadas de un perfecto y extraordinario
dominio del idioma, no pasarán a la historia de la literatura y ello como digo
no por sus dotes lingüísticas que, como digo son excelentes, sino
porque sus libros carecen de la sinceridad y por tanto del desgarramiento que
toda sinceridad conlleva. No son las únicas, no crean. Más de un importante escritor del presente adolece del mismo problema y sin embargo
consigue un éxito tras otro de ventas. Un poco de marketing y mis dos conocidas podrían
convertirse en escritoras de referencia. Lo digo sin ironía. Ni una pizca.
Aunque no son geniales, tienen un gran dominio de la prosa y eso –en estos tiempos-
ya es mucho. Nada que ver conmigo, que escribo a la velocidad del pensamiento,
corrigiendo unas veces sí y la mayoría,no, cometiendo fallos de comas y hasta
de sintaxis... No.
Ellas son gourmets de cocina y yo, simplemente, alguien que
disfruta comiendo lo que ha cocinado, poco importa lo que esto sea. En mí puede envidiarse el apetito con el que saboreo mis propias elaboraciones a pesar, y esto es lo segundo envidiable, de ser consciente de que no se trata de ninguna exquisitez culinaria. No hay ingenuidad sino simple deleitación y esto, supongo, es lo especial. Igual que es especial el niño que construye el castillo de arena en la playa y disfruta de su día jugando con él y en él, a pesar de ser consciente que el castillo que su amigo ha edificado al lado del suyo está mejor logrado. Su amigo no piensa más que en reformas y mejoras; a él sólo le interesa una cosa: jugar.
Al final del día, cuando el crepúsculo empiece a cubrir la playa, aquellos dos amigos que llegaron como niños se marcharán convertidos en hombres o incluso en ancianos: el uno dejará sobre la arena un monumento digno de ser contemplado por los que les vengan después de ellos; al otro le quedará el recuerdo de las horas de solaz y placer allí transcurridas.
Ambos se alejarán cogidos del brazo con la sonrisa asomando en cada uno de sus rostros, aunque es muy posible que mientras abandonan la playa de su vida, el uno continúe pensando en las reformas que aún son necesarias acometer mientras el otro fantasea con nostalgia en los infinitos juegos que todavía le restan por disfrutar e inventar.
La genialidad ¿a quién le pertenece?
A aquellos que han sido lo suficientemente brillantes para dejar monumentos que sobrevivan al crepúsculo al tiempo que han disfrutado de la posibilidad de jugar con ellos y en ellos.
Genial es, a mi modo de ver, Brecht; genial son también Oscar Wilde y
Proust e incluso genialmente sincero en su anti-sinceridad es Dumas padre.
Todos ellos dominaban la prosa, alzaron sublimes monumentos a las emociones, lejos
de pretender ser lo que no eran o de ocultar lo que realmente eran fueron
sinceros (incluso, como digo, con su no-sinceridad, con su hasta anti-inseridad porque eran conscientes tanto de la una como de la otra),
se divirtieron con sus personajes y sus historias aun sabiendo que la diversión
estaba subordinada a la necesidad de ganarse la vida y consiguieron lo que sólo
a Dios pertenece: eternificar el tiempo perecedero, e inmortalizar lo mortal.
No sé si se sentían en una matrix o fuera de ella. No creo que esto importe
mucho. El problema del psicoanálisis es que formula preguntas “finales” sin no
obstante proporcionar una respuesta “final”. Aludir constantemente al pene, al
complejo de Edipo, de Electra, de Yokasta y todas esas perturbaciones sacadas
de tragedias griegas y mezcladas con la sexualidad y los sueños no puede
considerarse una respuesta “final”, más bien una respuesta inviable porque si
por algo se caracterizan las tragedias, y a esta hora ya deberíamos saberlo
todos, es justamente por la imposibilidad de poder ser resueltas. Las tragedias
superan al ser humano entre otras cosas porque están dispuestas por los
mismísimos dioses del Olimpo, cuando no por el implacable destino. ¿Cómo pues
convertir en respuesta lo que es designio divino? Intentarlo siquiera ya puede
ser calificado de soberbia y hybris; lo cual debería obligarnos a temer la
posibilidad de que ello desencadenara la ira y cólera de los dioses. De hecho
es lo que suele pasar. El hombre que acude al psicoanálisis llega sin dios y se
marcha quemado por los rayos iracundos de Júpiter.
Ustedes ya lo saben: no soy fan del psicoanálisis. Ya les he contado la historia de aquel
amigo que estuvo acudiendo semanalmente a la consulta de un psicoanalista hasta
que decidió que ya había sanado de todos sus males anímicos. “¿Cómo es posible?”
Le preguntó el extrañado psicoanalista. “Sólo lleva seis meses”. Y él, hombre
cabal donde los haya, contestó sin mover una pestaña: “Sus honorarios me han
curado de todos mis problemas.” Como ya digo que era un hombre cabal donde los
haya se casó con una psiquiatra que lejos de dedicarse al psicoanálisis ha
centrado sus investigaciones en el conductismo.
Por contraposición, la corriente conductista basada en el estímulo-respuesta es, sin duda alguna, mucho más interesante además de mucho
más eficiente. Esto es algo que sin duda alguna han visto (y explotado) todos aquellos que se dedican a las ventas, poco importa lo que vendan. Como de lo que se trata es estímulo-respuesta, lo que interesa es conseguir que el mayor número de personas den a un estímulo (el del vendedor) el mismo tipo de respuesta: la adquisición.
Sí. No cabe duda. El conductismo es, se mire como se mire, una gran corriente psicológica.
En primer lugar no hace preguntas incómodas, esto es,
escatológicas.
En segundo lugar, tampoco pretende dar respuestas finales que
son, como ya hemos visto, imposibles puesto que pertenecen a la esfera
trascendental. No. Para el conductismo la vida no es en ningún modo una
tragedia griega. El conductismo basa sus investigaciones en problemas. Al
contrario que las tragedias, los problemas sí son humanos y bien humanos y por
tanto tienen una solución. Una solución desconocida, compleja, difícil, pero
desde luego tienen una solución.
Algunos, en cambio, cometen el error de considerar “tragedias griegas” a los problemas
y denominar “problemas” a las “tragedias griegas”, que no tienen solución.
Bien. Es hora de que la Energía Errante regrese al punto de partida: Philipp K.Dick no es un gran prosista. En realidad no es un prosista
en absoluto pero consigue “meter” al lector en “su mundo” y esto ya es mucho.
Valis es el dolor de K. Convertido en letanía y eso es lo que consigue enervar
al lector aunque no dudo de que para K. supuso una terapia sumamente eficaz.
Es cierto que Philipp K. Dick no es lo que podría llamarse un autor “recomendable” en
el sentido en que se califica a una amistad de “recomendable”. De algún modo me recuerda mucho a David
Foster Wallace.No desde luego en lo que se refiere a su prosa, que es a lo que atenderían
los puristas y tampoco en los temas; pero estoy convencida de que si se
hubieran conocido se hubieran entendido a la perfección. Sus construcciones
mentales son parecidas por más que sean expresadas de forma distinta, su
consideración del mundo como un mundo incomprensible y destinado al fracaso reflejan
muchas similitudes. K. Dick sin embargo intenta convertir el mal en un problema
racional y es por eso por lo que en mi opinión se dedica a la ciencia ficción:
para intentar, aunque sea a la desesperada, “aislar” y “racionalizar” la
existencia, una existencia que no deja de ser para él, igual que para Foster
Wallace, una tragedia –aunque esta tragedia tenga de vez en cuando ramalazos de
tragicomedia. Foster se queda en "este su mundo" pero como es complicado conciliar "este mundo" con "su mundo", al final "este su mundo" termina recordando bastante a una obra de ciencia ficción. El problema surge cuando los mundos de ciencia ficción y de la realidad terminan pareciéndose peligrosamente hasta el punto de poder ser considerados "realidad virtual". Es entonces cuando el autor y el lector quedan encerrados en una matrix y a partir de ahí resulta inevitable la asimilación entre psicoanálisis y conductismo, porque -de repente y en virtud de la realidad virtual- hay que enfrentarse no se sabe muy bien si a un psicoánlisis conductista o a un conductismo psicoanalítico.
En fin el caos.
Pero como todavía no he terminado de leer a K. Dick, quizás la semana que viene
llegue a la conclusión de que nada de lo dicho sobre él en este artículo tiene sentido. Quizás pudiera pese a todo salvarlo (al artículo) afirmando que he utilizado a K.Dick como figura virtual para desarrollar los temas referidos a la prosa, al arte y al psicoanálisis.
Es lo que tiene el ser energía errante.
La energía errante.
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